En
nuestra cultura occidental, y muy en especial en los países anglosajones, la
comida ha pasado a ser un mal necesario, una necesidad con vocecita chillona a
la que hay que atender inmediatamente y de cualquier manera. La sobrevaloración
del trabajo y del tiempo de ocio, entendido como no hacer nada o dejarse
abducir por la tv, el móvil, la tablet y las redes sociales, han dejado en un
plano muy alejado del prioritario atender a la comida, a como, cuando y cuanto
se come. En los países mediterráneos combinamos esa relación con la comida con
la que tiene connotaciones sociales. Aunque siempre es preferible reunirse en
torno a un “plato de madre” que irse a una hamburguesería multinacional, la
relación con la comida no termina de ser plenamente sana porque los alimentos
no ocupan el primer plano de nuestra atención cuando estamos comiendo. En una
sociedad en la que puedes encontrar decenas de marcas del mismo producto
alimentario y en donde una buena parte de la comida se compra en supermercados,
debidamente procesada o envasada, se pierden las referencias de todos los
factores implicados en que podamos llevarnos un alimento a la boca.
En
las sociedades orientales la comida tiene un valor sagrado. Incluso cuando no
se tiene mucho tiempo para comer, o en culturas veneradoras del trabajo como
puede parecer la japonesa, este aspecto de la vida no se descuida. En países
como India constituye un verdadero objeto de veneración. La comida india no la
puede preparar cualquiera, es un verdadero arte y existe toda una red de
reparto de almuerzos de los hogares a los centros de trabajo de una precisión
asombrosa y digna de un estudio sociológico en toda regla.
La
comida no es un mal necesario, aunque sí una necesidad. No es un objeto de deleite,
aunque se puede disfrutar mucho comiendo. La comida es un bien universal, es un
objeto de atención y de gratitud hacia todos los que intervinieron en el
proceso de facilitarnos el alimento. La comida nos relaciona con el resto del
mundo y pone de manifiesto que no seríamos nada sin la existencia de otros
seres, de los que nos estamos comiendo y de los que cultivan, nutren,
transportan y finalmente venden la comida en un lugar donde podamos adquirirla
limpia, controlada y lista para ser preparada o cocinada. Es una expresión muy
elocuente de la interdependencia.
En
Japón antes de empezar a comer se dice itadakimasu que algunas fuentes
interpretan como “qué aproveche”. No tiene nada que ver con esa expresión del
castellano. Indica gratitud hacia todo y todos los que han hecho posible que
tengamos un plato en la mesa. Este simple reconocimiento puede cambiar nuestra
relación con la comida espectacularmente, haciéndonos más conscientes, más
agradecidos y más compasivos con nosotros mismos y con los demás. Poner
atención a lo que comemos es un acto de amor, respeto y solidaridad. Millones
de toneladas de alimentos se podrían aprovechar y distribuir mejor si
prestásemos más atención a la cantidad y calidad de alimento que necesitamos.
Puede
que revertir la desigualdad alimentaria y salvar el Planeta esté mucho más
cerca de lo que pensamos, quizás en el interior de nuestra nevera.