domingo, 18 de septiembre de 2016

Todo va a ir bien...¿y si no?

Parece ser que nuestro cerebro tiene un “defecto de fábrica”.  Parece que no está diseñado para la felicidad sino para la supervivencia. Esto hace que cualquier impresión negativa sea inmediatamente asimilada y posteriormente recordada. El resultado es que nos focalizamos especialmente en ellas, mientras que las situaciones agradables o, si queremos llamarlas así, positivas, requieren de más tiempo e intensidad para ser asimiladas, integradas y recordadas.  Esta característica de nuestro cerebro ha sido la base para el despliegue del desarrollo de la psicología positiva. Dicha corriente tiene planteamientos muy interesantes y prácticas que pueden ayudar a nuestro “defectuoso” cerebro a prestar atención a todo aquello que tenemos en vez de centrarnos en lo que nos falta, a disfrutar de lo que perciben nuestros sentidos en vez de lamentarnos por lo que ya no podemos hacer con ellos. Esta corriente, en principio beneficiosa e interesante, ha sido adoptada por mucho “gurú” de nueva era, con formación, en caso de tenerla, de dudosa procedencia y con métodos implementados de cualquier manera y sin el menor cuidado. Como resultado, se ha generado una corriente en la que se obvian los aspectos desagradables de la vida, que los tiene, y se intenta crear un mundo ficticio propio de las películas de Walt Disney, donde todo va a ir bien, todo va a salir bien y quien opine lo contrario es tachado de pesimista, negativo y cenizo, con el consiguiente sentimiento de culpa por pensar así.
La represión de la desgracia, la pérdida, la muerte, crean un tabú de proporciones generosas que no nos deja espacio para aceptar la vida tal y como es. A un moribundo no se le permite hablar de su inevitable desenlace, no se le permite arreglar los asuntos pendientes. A un doliente se le azuza para que abandone su tristeza lo antes posible no apoyándole en la elaboración de su duelo, situación que es absolutamente necesario pasar si queremos trascender el dolor y superar la muerte de una persona.  A un separado o separada, se le presentan parejas potenciales sin su permiso y sin respetar un período, que para cada persona es distinto en intensidad y duración, en el que se elabore la pérdida.
Es bueno hacerse eco e insistir en el reconocimiento de la belleza, lo agradable, lo beneficioso, lo saludable. De ese modo minimizamos un potencial estado de alerta continuado, incluso permanente de nuestro cerebro. Pero también es cierto que no podemos esconder la cabeza bajo tierra cuando se tuercen las cosas. Cuando uno se enfrenta a una situación difícil hay que tener en cuenta que puede salir bien y no dejarse llevar por la desesperación de la probabilidad de que salga mal. Pero también hay que tener presente que existe esa probabilidad, la de que salga mal, y, estar preparado para ello. Las desgracias o los percances en nuestra vida no tienen lugar porque pensemos de forma negativa. Tienen lugar porque la vida es así, pasan cosas y no le pasan sólo al vecino, a nosotros también.

La atención plena a la experiencia que surge en el momento nos debe dejar espacio para aceptar lo bueno y lo malo. Esto no quiere decir que nos resignemos si tenemos posibilidades, quiere decir que no siempre nos va a salir todo bien. En la vida hay luces y sombras, ambas forman parte de nuestro camino existencial, todas hay que vivirlas. La resistencia a experimentar lo negativo cuando surge, no hace más que multiplicar el sufrimiento, casi tanto como la anticipación negativa de lo que todavía no sabemos cómo se desarrollará.