Dando una simple
vuelta por internet y por las redes sociales, se pueden leer todo tipo de
artículos incitándonos a adoptar tal o cual postura, a realizar tal o cual
ejercicio físico, a cultivar nuestra mente y espíritu de tal o cual manera. Los
reclamos suelen ser los beneficios que ello aporta: los beneficios para las
mujeres de tener amigas, los beneficios de leer al menos cuatro libros al mes,
los beneficios de no hacer nada, los beneficios de la meditación, del yoga, del
mindfulness, los beneficios de contemplar el mar, los beneficios del silencio,
los beneficios de comer conscientemente, etc. Nunca hemos oído hablar tanto de
beneficios como ahora.
Es natural que
tengamos una motivación para iniciar una actividad, realizar un cambio o
aprender algo nuevo, pero estamos dejando a un lado la naturalidad y la
espontaneidad, el simple placer de “probar”, la guía de la intuición, y estamos
tratando a la propia vida como si fuera una empresa, con dos premisas
indiscutibles: cumplir objetivos y obtener beneficios.
En definitiva, siempre
nos preguntamos para qué y no por qué hacemos las cosas. Esta
desviación utilitarista dice mucho de esta sociedad en la que todo es
consumible, comercializable, práctico y facilón. Sugerir siquiera un esfuerzo
para adentrarse en un nuevo proyecto sin la certidumbre de la obtención de
beneficios y el cumplimiento de metas es una causa casi perdida. No nos damos cuenta de que hay una gran libertad
en adentrarse en un camino sin expectativas, sin proyectos, sin plazos, sin
esperar resultados, dejando que lo que estemos haciendo penetre poco a poco en
nosotros, rindiéndonos, abandonándonos, soltando el aferramiento a los
beneficios, o como se dice en el zen japonés, mushotoku (sin nada que obtener).
Esta premisa, este
espíritu es válido para todos los aspectos de nuestra vida: para las relaciones
con los demás, para el emprendimiento de una carrera profesional o para
adentrarse en una vía de desarrollo espiritual.
Con esto no queremos
decir que no nos tracemos objetivos. Evidentemente si queremos emprender
ciertas cosas, necesitamos realizar un plan. Si quiero poner una clínica de
fisioterapia, antes tengo que hacer una carrera muy exigente y necesito medios
económicos y tiempo para realizarla, planificar estudio y práctica y seguir un
plan académico primero y empresarial después. Pero para tener amigas no
necesitamos ningún plan ni ningún beneficio. Son cosas que surgen, podemos
disfrutar de su amistad, un día puede haber un distanciamiento, e, incluso,
podemos perder totalmente el contacto con alguna de ellas. Para meditar o
practicar mindfulness o yoga tampoco. Es más, es mejor que no tengamos ninguno.
Es mejor dejarse sorprender. Por una vez, es mejor no tener prisa. Es bueno que
unas veces tengamos una sesión gratificante y la siguiente vez nuestra
meditación sea un infierno. Estaría muy bien aceptar la incertidumbre y abrirse
a la experiencia sin intentar controlarla ni sacarle partido.
No hagamos de nuestra
vida una cuenta de resultados.
Para terminar una cita
de Marco Aurelio, el emperador filósofo (121 a 180 d. C)
“Debemos
hacer el bien a los demás tan naturalmente como un caballo corre, o una abeja
hace miel, o una vid llena de uvas temporada tras temporada sin pensar en las
uvas que haya tenido.”