jueves, 15 de marzo de 2018

EL NEOCLASISMO DE LA NUEVA ERA

Dentro de los movimientos de la llamada Nueva Era que abarcan y mezclan cosas tan diversas como el esoterismo, las tradiciones orientales, el coaching, la interpretación de los sueños y la meditación, se da un fenómeno curioso, que por cierto, no tiene nada de nuevo, que consiste en despreciar y considerar personas de segundo nivel a todo aquel que tiene que trabajar en lo que pueda para mantenerse, pagar sus facturas y dormir bajo un techo.

En la línea, más del luteranismo más recalcitrante, que de ningún nuevo paradigma, se considera que todo aquel que “no realice sus sueños”, que tenga un trabajo que “no le guste”, o que no viva “alineado con su destino” es porque no lo merece. Éstos pardillos de la conciencia que, por cierto, somos el 99%, no creemos lo suficiente, o no nos alineamos con algo tan inabarcable como el Universo (nada menos), o bien tenemos un problema de actitud, por lo general negativa, y debido a ello nos va mal.

Para la Nueva Era, irte mal es, en la mayoría de los casos,  no tener abundancia. Traducido al castellano de a pié, tener una cuenta corriente y unos recursos económicos más bien flojos.
Otro síntoma de que te va mal es no haber hallado tu “misión” en la vida, es decir, tener un trabajo normal y corriente que te permita vivir, vestir, acceso a la energía y comer, básicamente. Eso les debe parecer muy vulgar.

Sé de algún caso en el que se ha salido de un grupo de “crecimiento personal” para entrar en la consulta del psiquiatra directamente. Y es normal. Generalmente uno acude a estos sitios con la esperanza de obtener ayuda. Eso quiere decir que ya tiene problemas que resolver. Estos movimientos “neoespirituales”, muchas veces se limitan a ejercer más presión sobre sus adeptos que, no contentos con cargar con sus aflicciones y traumas, ahora tienen que salir por narices de su zona de confort, estén preparados para ello o no y arriesgar lo que tienen para “alcanzar sus sueños” con una confianza ciega propia de un demente.

Se me ocurre, para rebatir toda estos argumentos, en mi opinión, carentes de fundamento, recordar ciertas cosas que pueden ser de utilidad tanto a los gurús como a los adeptos del neoespiritualismo:

- En una sociedad como la nuestra tienen que existir basureros, teleoperadores, fruteros, administrativos, dependientes, etc. Casi ninguno de ellos, por no decir ninguno, ejerce su profesión por vocación. Todos usamos de estos servicios, los gurús de la nueva era, también. Por lo tanto, lo mínimo que podemos hacer, en vez de mostrar desdén por su actividad,  es ser respetuosos e, incluso, estar agradecidos  por el tiempo y esfuerzo que dedican a algo tan poco satisfactorio para ellos y tan útil para nosotros.

- Por experiencia personal puedo asegurar que desear algo con todas nuestras fuerzas no propicia que ese algo aparezca si no se crean además las condiciones para ello o si, directamente, no existen. Me explico, si yo tuviera mucha ilusión en ser presidenta de los Estados Unidos (no es el caso), tendría que contemplar que, sin ser ciudadana norteamericana, sin tener un buen conocimiento del inglés, sin tener apoyos, ni siquiera conocidos en Estados Unidos, las posibilidades de ser presidenta de ese país son, en este caso, tendentes a cero.

El desear algo con todas tus fuerzas, no deja de meternos en el mismo círculo vicioso de siempre, el deseo, deseo en muchos casos imposible de cumplir. En las redes del aferramiento no paramos de sufrir, por lo que no conseguimos y por intentar conservar a toda costa lo que finalmente hemos conseguido. Es más de lo mismo y no se diferencia mucho del márketing publicitario que lo que propicia es generar una serie de deseos que antes no teníamos con el único objetivo de aumentar beneficios de empresas y corporaciones.

- El tener que dedicarte a algo “que te gusta” por imposición es tan estresante como tener que dedicarte a algo que no te gusta por agradar a tus padres o por que es lo que se espera de ti. Dadas las pocas oportunidades que existen para ejercer la profesión para la que nos hemos preparado, está claro que una buena parte de los profesionales tendrán que dedicarse a otra cosa y es muy probable que te toque a ti. Hay un término medio entre no intentarlo y empeñarse ciegamente. Dicho empeño puede llevarse por delante relaciones, años de nuestra vida, salud, etc. Hay que saber cuándo se tiene que claudicar. Hay que aprender a aceptar, simplemente, por nuestra tranquilidad.

- Los mensajes del neoespiritualismo son contradictorios. Por un lado nos instan a tener paz interior, serenidad, etc. y se hacen un montón de ejercicios, prácticas, meditaciones, danzas, cantos y demás, para obtenerla. Por otro lado se pone todo el peso en la meta de alcanzar algo, que por añadidura, es inalcanzable, véase, la dichosa abundancia, o en conseguir deseos y más deseos. A mi modo de ver, es mucho más fácil alcanzar la tranquilidad de espíritu simplificando la vida, lo cual conlleva simplificar los deseos, trabajar en nuestras aflicciones en vez de intentar cambiar el paisaje externo haciendo aparecer de la nada cosas y más cosas.

- Hay necesidades perentorias que cubrir y para ello tenemos que partir de lo que tenemos en este momento. Si tengo que vivir bajo un techo, y no quiero que sea el de mis padres, tengo varias opciones, ocupar ilegalmente un inmueble, depender de otra persona que me preste un pedazo de su casa o tratar de tener unos ingresos que me permitan alquilar, aunque sea, una habitación. La mayoría de nosotros tenemos que sopesar qué nos compensa, si empeñarme en “realizar mi sueño” prolongando indefinidamente mi estancia en casa de mis padres o trabajar en algo que me permita tener una independencia económica y, de paso, madurar, intentar hacerme cargo de mi propia vida y destino.

El cada etapa, en cada paso que damos, tenemos que ser muy conscientes de qué repercusiones tienen nuestros actos en nuestra propia vida y en la de los demás. Quizás dejar la tan manida “zona de confort” pase por aceptar en dónde estamos, qué podemos hacer con lo que tenemos y en tomar decisiones que, en ocasiones, suponen renunciar a “nuestros sueños”, muchas veces inalcanzables, para nuestro bienestar y el de los demás.

Con frecuencia, muchos de aquellos que alcanzaron “sus sueños” han sufrido una gran decepción y viven ese éxito con aburrimiento porque lo que les mantenía vivos y entusiasmados era la meta, no el proceso.

En cada minuto de un día corriente hay un maravilloso despliegue de vida a nuestro alrededor, incluso en las situaciones más adversas, siempre hay una mirada, una gota de lluvia, una flor en medio de la calzada que constituyen un pequeño milagro contra esta histeria colectiva, que nos ponen en nuestro sitio y nos recuerdan que la existencia, por sí misma, es ya un milagro, sin necesidad de alcanzar sueños ni correr desesperadamente detrás ni delante de nada.



jueves, 28 de diciembre de 2017

CARTA A LOS REYES MAGOS



Queridos Reyes Magos,

Empezaré por contar lo que no quiero:

No quiero chucherías, véase, teléfonos móviles última generación, tablets supermodernas, robots de cocina, aspiradoras redondas que parecen androides y demás artilugios que, aunque se diseñaron para hacernos la vida más cómoda, ocupan demasiado espacio y tiempo.

No quiero ropa que no me vaya a poner más de una o dos veces en un año.

No quiero objetos decorativos que terminen en una caja en el trastero.

No quiero cosméticos cuya pretensión es que sea quien no soy, que tenga una edad o un físico que no tengo.

No quiero joyas valiosas que no pueda lucir por miedo a que alguien me las arrebate y que no pueda guardar en casa por miedo a que alguien invada mi espacio personal para sustraerlas.

No quiero hoteles de lujo para una noche (o dos) mientras no pueda disfrutar de las noches de todos los días, mientras no tenga tiempo más que para trabajar, producir y consumir.

No quiero viajes a Tailandia ni a Japón ni a Canadá cuando el viaje principal, que es la vida, trascurre sin que sea mínimamente consciente de ello.

No quiero perfumes, no soy una flor, soy un ser humano.

No quiero bets sellers, ni videojuegos, ni suscripciones a canales de televisión. No quiero distraerme, ya estamos muy distraídos, quiero concentrarme.

Sin embargo quiero:

Estar presente, vivir, no pensar la vida.

Tener energía suficiente para llevar a cabo mis proyectos.

Tener entereza y resiliencia para aceptar que no todos los proyectos se pueden llevar a cabo.

Aceptar de buen grado la realidad aunque duela y aprender de ella.

Tener entusiasmo para fundirme en el devenir de la vida.

Ser generosa ya que nada me pertenece.

Ser consciente de mis actos pues tienen mucho más impacto del que creo.

Ser paciente cuando la realidad no coincide con mis deseos.

Estar en paz conmigo misma y con el mundo.

Tener discernimiento suficiente como para saber qué hacer en cada momento.

Sin embargo, queridos Reyes Magos, sé que lo que quiero no podéis traérmelo la noche del 5 al 6 de enero. Sé que no se puede depositar en un par de zapatos bajo el árbol de Navidad. Sé también que todo lo que quiero se consigue con entrenamiento y paciencia y, sobre todo, con tiempo.

Así que, queridos Reyes Magos, no me traigáis nada, ya me lo traigo yo con ayuda de quien me quiera guiar en el camino. Espero que no trabajéis mucho, que cada vez lo hagáis menos, que alguna vez no lo hagáis nada ya que nada material puede satisfacer nuestros deseos más íntimos e importantes. Ningún juguete, en sí mismo, nos hace felices. Os deseo una pronta y feliz jubilación y que disfrutéis cuidando a vuestros camellos.


miércoles, 13 de diciembre de 2017

UNA BUDISTA OCCIDENTAL

Este artículo no pretende, ni mucho menos, ser objetivo. Todo lo contrario. Al escribir intento dar a conocer por qué una tradición tan alejada geográfica y culturalmente de la de mi entorno, tuvo un impacto tan fuerte en  mi vida.

El primer contacto lo tuve cuando estudiaba en la Universidad Complutense la asignatura de Arte Indio y del Extremo Oriente. La explicación sobre el budismo se resumía a definir por encima las cuatro nobles verdades y las diferencias fundamentales con el hinduismo. Esta exposición tuvo la función práctica de introducir a los estudiantes en esta tradición con el fin de que comprendiéramos la iconografía budista. Estamos hablando de 1985. Por aquel entonces, una universitaria como yo, escuchaba por primera vez algo relacionado con Buda y sus enseñanzas. Sabía que existía una religión budista pero no tenía ni la más remota idea de cuáles eran sus principios.

En 1991 visité la India y Nepal y, de alguna manera, me imbuí de una energía particular que se siente y respira en el subcontinente Indio. Las dos cosas que me impactaron más fueron la paciencia y la aceptación con las que indios y nepalíes se relacionaban con la vida.


Recuerdo que la vuelta fue muy accidentada, en parte por la huelga de una aerolínea que nos tenía que devolver a occidente y en parte por el choque tan inmenso de culturas y formas de vivir. Cuando ya llevábamos como tres escalas, aterrizamos en Amsterdam pero no nos dejaron salir de la zona de tránsito porque esperábamos la salida inminente de otro vuelo.

Entumecida de tanto viaje me di una vuelta por la zona de tiendas y vi una que sólo tenía quesos tipo emmental, de todos los tamaños, en todos los formatos posibles, de todas las marcas. Me quedé mirando el escaparate y entré en shock. De repente comprendí lo anormal que es nuestra relación con las cosas, la poca abundancia que hay en la aparente riqueza de la frivolidad de hacer lo mismo con miles de presentaciones distintas para satisfacer, no una necesidad, sino un capricho. Y casi todo es así, caprichoso. No queremos ser como somos físicamente, queremos ser más delgados, más rubios, más altos, queremos ser nosotros con miles de presentaciones distintas. Las cuestiones fundamentales nos pasan inadvertidas. Trabajamos para consumir siempre lo mismo con miles de presentaciones distintas. Nos cansamos de las cosas cuando todavía funcionan, cuando todavía nos son de utilidad.
Frente a ese escaparate lleno de quesos, quesitos y quesazos se forjó una aspiración más íntima que ideológica, la revelación de que no quería estar inmersa en ese sistema ridículo que nos hacía trabajar de forma absurda en sitios absurdos para darnos caprichos absurdos. Comprendí, en definitiva, que lo externo y lo material, y más en una sociedad consumista, no daba la felicidad, más bien la quitaba.

Desde ese momento hasta que me senté por primera vez en un zafu de meditación pasaron exactamente diez años. Una sucesión de circunstancias me llevaron hasta el zen y después hasta el budismo tibetano. Fue una inmersión paulatina, una cosa llevó a la otra. Ahora sé que el budismo es la tradición en la que quiero desarrollar mi práctica espiritual y, en definitiva, en la que quiero vivir. Siento una inmensa gratitud por que se hayan dado las condiciones para que esto sea así.

Pero ¿por qué el budismo? ¿qué tiene el budismo que no tengan otras tradiciones? Trataré de explicar cuales fueron los aspectos del budismo con los que sentí que había una conexión, que era lo que siempre había estado buscando.

Es una religión humanista no teísta. En el budismo nadie ajeno y superior va a interceder por nosotros. Somos, en último término, responsables de nuestros actos y, por lo tanto, de sus consecuencias.

Profiere un gran respeto por todas las criaturas existentes. Aunque se valora mucho el hecho de experimentar una existencia humana, no es una tradición antropocéntrica. En el budismo no se considera que la naturaleza esté al servicio del ser humano.

Parte de una base fundamental: todos sufrimos. Reconocer el sufrimiento, el malestar existencial es un gran alivio y el punto de partida para trascenderlo.

Es aplicable a todas las circunstancias, todos los ámbitos geográficos, culturales y temporales. Los principios budistas y sus bases fundamentales trascienden el espacio y el tiempo.

No es dogmático. No tiene unos principios rígidos e inamovibles que hay que cumplir sí o sí sino que la aplicación de la ética budista se tiene que adaptar al contexto circunstancial en la que ésta es aplicada.

No se basa en un sistema de recompensa. La buena conducta no tiene la finalidad de alcanzar un paraíso sino de elevar el nivel de nuestra conciencia y alcanzar la iluminación.

Buena parte de las prácticas budistas (si no todas) se basan en la correcta atención y como consecuencia de ello se obtiene un mayor estado de presencia, una atención más enfocada y un discernimiento mayor para saber a lo que prestar atención dependiendo de las circunstancias.

Buda fue un ser humano como todos nosotros.

Concretamente en el budismo mahayana el objetivo no es la iluminación individual sino la de todos los seres. En el hecho de abandonarse al bienestar de todos nosotros hay un gran alivio y en ello radica el verdadero sentido de la existencia.

Ahora que el paso de los años da una perspectiva mayor, puedo asegurar, sin lugar a dudas, que encontrar el budismo es lo más importante que ha acontecido en mi vida.

viernes, 14 de julio de 2017

DE BENEFICIOS Y OBJETIVOS

Dando una simple vuelta por internet y por las redes sociales, se pueden leer todo tipo de artículos incitándonos a adoptar tal o cual postura, a realizar tal o cual ejercicio físico, a cultivar nuestra mente y espíritu de tal o cual manera. Los reclamos suelen ser los beneficios que ello aporta: los beneficios para las mujeres de tener amigas, los beneficios de leer al menos cuatro libros al mes, los beneficios de no hacer nada, los beneficios de la meditación, del yoga, del mindfulness, los beneficios de contemplar el mar, los beneficios del silencio, los beneficios de comer conscientemente, etc. Nunca hemos oído hablar tanto de beneficios como ahora.


Es natural que tengamos una motivación para iniciar una actividad, realizar un cambio o aprender algo nuevo, pero estamos dejando a un lado la naturalidad y la espontaneidad, el simple placer de “probar”, la guía de la intuición, y estamos tratando a la propia vida como si fuera una empresa, con dos premisas indiscutibles: cumplir objetivos y obtener beneficios.

En definitiva, siempre nos preguntamos para qué y no por qué hacemos las cosas. Esta desviación utilitarista dice mucho de esta sociedad en la que todo es consumible, comercializable, práctico y facilón. Sugerir siquiera un esfuerzo para adentrarse en un nuevo proyecto sin la certidumbre de la obtención de beneficios y el cumplimiento de metas es una causa casi perdida. No  nos damos cuenta de que hay una gran libertad en adentrarse en un camino sin expectativas, sin proyectos, sin plazos, sin esperar resultados, dejando que lo que estemos haciendo penetre poco a poco en nosotros, rindiéndonos, abandonándonos, soltando el aferramiento a los beneficios, o como se dice en el zen japonés, mushotoku (sin nada que obtener).

Esta premisa, este espíritu es válido para todos los aspectos de nuestra vida: para las relaciones con los demás, para el emprendimiento de una carrera profesional o para adentrarse en una vía de desarrollo espiritual.

Con esto no queremos decir que no nos tracemos objetivos. Evidentemente si queremos emprender ciertas cosas, necesitamos realizar un plan. Si quiero poner una clínica de fisioterapia, antes tengo que hacer una carrera muy exigente y necesito medios económicos y tiempo para realizarla, planificar estudio y práctica y seguir un plan académico primero y empresarial después. Pero para tener amigas no necesitamos ningún plan ni ningún beneficio. Son cosas que surgen, podemos disfrutar de su amistad, un día puede haber un distanciamiento, e, incluso, podemos perder totalmente el contacto con alguna de ellas. Para meditar o practicar mindfulness o yoga tampoco. Es más, es mejor que no tengamos ninguno. Es mejor dejarse sorprender. Por una vez, es mejor no tener prisa. Es bueno que unas veces tengamos una sesión gratificante y la siguiente vez nuestra meditación sea un infierno. Estaría muy bien aceptar la incertidumbre y abrirse a la experiencia sin intentar controlarla ni sacarle partido.

No hagamos de nuestra vida una cuenta de resultados.

Para terminar una cita de Marco Aurelio, el emperador filósofo (121 a 180 d. C)


“Debemos hacer el bien a los demás tan naturalmente como un caballo corre, o una abeja hace miel, o una vid llena de uvas temporada tras temporada sin pensar en las uvas que haya tenido.”