Este artículo no pretende, ni mucho menos,
ser objetivo. Todo lo contrario. Al escribir intento dar a conocer por qué una
tradición tan alejada geográfica y culturalmente de la de mi entorno, tuvo un
impacto tan fuerte en mi vida.
El primer contacto lo tuve cuando estudiaba
en la Universidad Complutense la asignatura de Arte Indio y del Extremo
Oriente. La explicación sobre el budismo se resumía a definir por encima las
cuatro nobles verdades y las diferencias fundamentales con el hinduismo. Esta exposición
tuvo la función práctica de introducir a los estudiantes en esta tradición con
el fin de que comprendiéramos la iconografía budista. Estamos hablando de 1985.
Por aquel entonces, una universitaria como yo, escuchaba por primera vez algo
relacionado con Buda y sus enseñanzas. Sabía que existía una religión budista
pero no tenía ni la más remota idea de cuáles eran sus principios.
En 1991 visité la India y Nepal y, de
alguna manera, me imbuí de una energía particular que se siente y respira en el
subcontinente Indio. Las dos cosas que me impactaron más fueron la paciencia y
la aceptación con las que indios y nepalíes se relacionaban con la vida.
Recuerdo que la vuelta fue muy
accidentada, en parte por la huelga de una aerolínea que nos tenía que devolver
a occidente y en parte por el choque tan inmenso de culturas y formas de vivir.
Cuando ya llevábamos como tres escalas, aterrizamos en Amsterdam pero no nos
dejaron salir de la zona de tránsito porque esperábamos la salida inminente de
otro vuelo.
Entumecida de tanto viaje me di una vuelta
por la zona de tiendas y vi una que sólo tenía quesos tipo emmental, de todos
los tamaños, en todos los formatos posibles, de todas las marcas. Me quedé
mirando el escaparate y entré en shock. De repente comprendí lo anormal que es
nuestra relación con las cosas, la poca abundancia que hay en la aparente
riqueza de la frivolidad de hacer lo mismo con miles de presentaciones
distintas para satisfacer, no una necesidad, sino un capricho. Y casi todo es
así, caprichoso. No queremos ser como somos físicamente, queremos ser más
delgados, más rubios, más altos, queremos ser nosotros con miles de
presentaciones distintas. Las cuestiones fundamentales nos pasan inadvertidas.
Trabajamos para consumir siempre lo mismo con miles de presentaciones distintas.
Nos cansamos de las cosas cuando todavía funcionan, cuando todavía nos son de
utilidad.
Frente a ese escaparate lleno de quesos,
quesitos y quesazos se forjó una aspiración más íntima que ideológica, la
revelación de que no quería estar inmersa en ese sistema ridículo que nos hacía
trabajar de forma absurda en sitios absurdos para darnos caprichos absurdos.
Comprendí, en definitiva, que lo externo y lo material, y más en una sociedad
consumista, no daba la felicidad, más bien la quitaba.
Desde ese momento hasta que me senté por
primera vez en un zafu de meditación pasaron exactamente diez años. Una
sucesión de circunstancias me llevaron hasta el zen y después hasta el budismo
tibetano. Fue una inmersión paulatina, una cosa llevó a la otra. Ahora sé que
el budismo es la tradición en la que quiero desarrollar mi práctica espiritual
y, en definitiva, en la que quiero vivir. Siento una inmensa gratitud por que
se hayan dado las condiciones para que esto sea así.
Pero ¿por qué el budismo? ¿qué tiene el
budismo que no tengan otras tradiciones? Trataré de explicar cuales fueron los
aspectos del budismo con los que sentí que había una conexión, que era lo que
siempre había estado buscando.
Es una religión humanista no teísta.
En el budismo nadie ajeno y superior va a interceder por nosotros. Somos, en
último término, responsables de nuestros actos y, por lo tanto, de sus
consecuencias.
Profiere un gran respeto por todas las criaturas existentes.
Aunque se valora mucho el hecho de experimentar una existencia humana, no es
una tradición antropocéntrica. En el budismo no se considera que la naturaleza
esté al servicio del ser humano.
Parte de una base
fundamental: todos sufrimos.
Reconocer el sufrimiento, el malestar existencial es un gran alivio y el punto
de partida para trascenderlo.
Es aplicable a todas las circunstancias, todos los ámbitos
geográficos, culturales y temporales. Los principios budistas y sus bases
fundamentales trascienden el espacio y el tiempo.
No es dogmático. No tiene unos principios
rígidos e inamovibles que hay que cumplir sí o sí sino que la aplicación de la
ética budista se tiene que adaptar al contexto circunstancial en la que ésta es
aplicada.
No se basa en un sistema de recompensa. La buena conducta no tiene la finalidad de alcanzar un paraíso
sino de elevar el nivel de nuestra conciencia y alcanzar la iluminación.
Buena parte de las
prácticas budistas (si no todas) se basan en la correcta atención y como consecuencia de ello se obtiene un mayor
estado de presencia, una atención más enfocada y un discernimiento mayor para
saber a lo que prestar atención dependiendo de las circunstancias.
Buda fue un ser humano como todos
nosotros.
Concretamente en el
budismo mahayana el objetivo no es la iluminación individual sino la de todos los seres. En el hecho de
abandonarse al bienestar de todos nosotros hay un gran alivio y en ello radica
el verdadero sentido de la existencia.
Ahora que el paso de los años da una
perspectiva mayor, puedo asegurar, sin lugar a dudas, que encontrar el budismo
es lo más importante que ha acontecido en mi vida.