miércoles, 30 de noviembre de 2016

FELICIDAD NO ES AUSENCIA DE PROBLEMAS

La felicidad se ha convertido en un producto comercializable. Hay numerosas ofertas de cursos y talleres, libros de autoayuda  y terapias que garantizan ser más feliz, y no sólo eso, ponen un plazo. En la variedad de productos existentes para alcanzar un mayor grado de felicidad hay gente muy seria, con una formación y base sólidas que facilitan al interesado un camino a recorrer en el que el principal protagonista y responsable de su bienestar es uno mismo. No ofrecen milagros y advierten de la necesidad de adquirir un determinado grado de compromiso con las prácticas que se prescriben. Sin un mínimo esfuerzo no hay ninguna evolución hacia una mayor consciencia y, por tanto, hacia un mayor bienestar.


No obstante, en el inmenso popurrí del mercado alternativo tanto espiritual como terapéutico, hay mucha gente que se apunta al carro de la última tendencia con el único y exclusivo fin de hacer caja. De repente un terapeuta craneosacral es experto en mindfulness de la noche a la mañana, un profesor de yoga hace terapia integrativa y un personaje de profesión indefinida lo mismo nos guía hacia nuestra diosa interior como nos ofrece una terapia infalible sobre los 7 obstáculos que impiden que seamos felices.

Abrumados como estamos por los problemas cotidianos, es fácil caer es este tipo de productos comerciales sin base ni conocimiento real. Lo que queremos es que nuestros problemas desaparezcan y hay gente que intenta convencernos de que con un acto de simple voluntad esto puede suceder. Para ello utilizan frases de grandes maestros sacadas de contexto, cuyo mensaje original se pervierte para servir a los intereses individuales de gente con pocos principios. La solución no es tan sencilla.

Para empezar la felicidad no es que el mundo se transforme para favorecer nuestros intereses y nuestro bienestar, la felicidad es un estado interno que pasa, en primer lugar, por la aceptación. La aceptación no es resignación, es el simple reconocimiento del estado de nuestra realidad en este momento: en este momento estoy enfadada; en este momento me siento inseguro; en este momento estoy gravemente enferma; ahora estoy en paz; etc. Partiendo de esa aceptación hay un largo y laborioso trabajo de autoconocimiento y de aprendizaje. Lo primero que tenemos que aprender es que no somos nuestros pensamientos, que no somos nuestras emociones, que ambos son perecederos y que no nos podemos dejar dominar por ellos. En definitiva, aprendemos a gestionar nuestros estados mentales, a verlos con distancia, a darles la importancia que tienen como hechos efímeros y transitorios y, así, a relacionarnos con ellos de una forma bondadosa y tolerante, como si observáramos la rabieta de un bebé. Poco a poco, vamos adquiriendo un estado más ecuánime y sereno y vamos desarrollando recursos para no dejarnos dominar por nuestros estados mentales. El desarrollo de estos recursos proporciona a su vez un estado de sereno contento interior más allá de nuestras circunstancias personales. Esa es, probablemente, la aproximación más exacta a la felicidad que la mayoría de los mortales experimentaremos a lo largo de nuestra vida. La felicidad no es estar alegre siempre y compulsivamente. Ni siquiera es ser positivo. Ver siempre la parte buena de las cosas y esconder la parte mala nos puede llevar a un agotamiento mental contraproducente. Las cosas son de muchos colores  y no son como queremos que sean, son como son. Si bien es cierto que la interpretación de la realidad puede empeorar mucho nuestra visión de las cosas, también es cierto que las puede teñir de rosa cuando son más bien grises. En resumen, obviar la parte que no nos gusta, sirve para aumentar nuestra neurosis.


Ser feliz pasa por aceptar que en una vida puede haber aconteceres de signos muy diferentes y que podemos relacionarnos con todos ellos de una manera ecuánime y bondadosa haciéndoles un hueco en el proceloso ir y venir de las cosas.

viernes, 18 de noviembre de 2016

MENTE DE PRINCIPIANTE, MENTE LIBRE

En los últimos años de su vida, Shunryu Suzuki, maestro Zen japonés afincado en EEUU,  escribió su obra “Mente Zen, mente de principiante” cuya frase introductoria viene a resumir toda la obra, que es, a su vez un compendio de las enseñanzas (Teisho) impartidas en el Centro Zen de Los Altos (California). La frase es la siguiente: “en la mente del principiante hay muchas posibilidades, pero en la del experto hay pocas”.

Creo que todos podemos recordar la primera vez que experimentamos algo de forma inesperada. Hay algo mágico en ese primer contacto. Primero lo percibimos, después lo observamos muy atentos, más tarde abrimos todos nuestros sentidos a la nueva experiencia y la sentimos, la absorbemos, la vivimos. Lo que no hacemos es racionalizarla, catalogarla, juzgarla y clasificarla en nuestros dos tres tipos favoritos: “me gusta”, “no me gusta”, “me da igual”. Ese momento mágico tuvo lugar la primera vez que el mar rozó nuestros pies, al abrir ese regalo de Navidad que creíamos que no íbamos a tener, al comer el primer alimento sólido, al oír esa canción que nos cautivó en la adolescencia, al descubrir nuestra vocación.

No podemos hacer que las cosas nos pasen por primera vez, pero sí podemos vivirlas como algo precioso y único en cada momento. Seguro que nos hemos tomado muchos cafés por la mañana, pero cada café es único, no es el de ayer ni el de mañana (quizás no haya un mañana siquiera), incluso cada sorbo es irrepetible. No se trata de una pose, de fingir un éxtasis artificioso cada vez que realizamos un acto cotidiano, se trata de tomar conciencia de que, en el flujo de la vida, todo lo que nos pasa es nuevo, por parecido que sea a lo que pasó ayer. Estar presentes para vivirlo es el quid de la cuestión. Si en cada momento, estamos en el habitar el presente sea lo que sea lo que nos está pasando, grave o leve, cotidiano o extraordinario, descubriremos todo un mundo que estamos obviando por pasar de puntillas por las cosas sin entrega ni apertura.

Un aspecto muy importante de la mente de principiante está en el abordar situaciones novedosas. Generalmente, vamos con ideas preconcebidas que son las precursoras del prejuicio, en especial si tenemos que relacionarnos con algo o alguien que no nos gusta. Esta actitud se da de forma habitual en el mundo profesional. Con frecuencia, los que somos más mayores o los que son más expertos, obturan sus oídos ante lo que tienen que decir otros de menos experiencia y edad sobre nuestra especialidad, nuestro dominio. Nos aferramos a nuestros pilares, a lo que nos da seguridad y, gracias a ese aferramiento se pierde mucho talento por el camino.

En las tradiciones o movimientos espirituales o de crecimiento personal pasa algo parecido, sobre todo,  entre los practicantes menos experimentados. Nos aferramos a lo que conocemos, a nuestras prácticas, a nuestro modus operandi y nos cerramos en banda, no queremos ni siquiera escuchar lo que hacen, realizan o dicen otros, “lo nuestro es lo auténtico”, lo cual es síntoma de que caminamos en aguas movedizas y nuestra seguridad y determinación es frágil, de ahí el aferramiento, el ego espiritual y, en los casos más graves, el fanatismo.

En definitiva vivir con apertura nos hace libres. La rutina no existe, no sabemos todo, de un acto cotidiano podemos aprender mucho y nada nos destruye ni nos amenaza simplemente por oírlo con atención y sin prejuicios. La actitud sectaria, sin embargo, nos cierra posibilidades, reduce mucho el mundo en el que vivimos y acabamos habitando una realidad ficticia donde quien manda son mis leyes, mis juicios, mis categorías y mi pequeño círculo de personas que piensa como yo y realimenta mi visión limitada de las cosas.