viernes, 18 de noviembre de 2016

MENTE DE PRINCIPIANTE, MENTE LIBRE

En los últimos años de su vida, Shunryu Suzuki, maestro Zen japonés afincado en EEUU,  escribió su obra “Mente Zen, mente de principiante” cuya frase introductoria viene a resumir toda la obra, que es, a su vez un compendio de las enseñanzas (Teisho) impartidas en el Centro Zen de Los Altos (California). La frase es la siguiente: “en la mente del principiante hay muchas posibilidades, pero en la del experto hay pocas”.

Creo que todos podemos recordar la primera vez que experimentamos algo de forma inesperada. Hay algo mágico en ese primer contacto. Primero lo percibimos, después lo observamos muy atentos, más tarde abrimos todos nuestros sentidos a la nueva experiencia y la sentimos, la absorbemos, la vivimos. Lo que no hacemos es racionalizarla, catalogarla, juzgarla y clasificarla en nuestros dos tres tipos favoritos: “me gusta”, “no me gusta”, “me da igual”. Ese momento mágico tuvo lugar la primera vez que el mar rozó nuestros pies, al abrir ese regalo de Navidad que creíamos que no íbamos a tener, al comer el primer alimento sólido, al oír esa canción que nos cautivó en la adolescencia, al descubrir nuestra vocación.

No podemos hacer que las cosas nos pasen por primera vez, pero sí podemos vivirlas como algo precioso y único en cada momento. Seguro que nos hemos tomado muchos cafés por la mañana, pero cada café es único, no es el de ayer ni el de mañana (quizás no haya un mañana siquiera), incluso cada sorbo es irrepetible. No se trata de una pose, de fingir un éxtasis artificioso cada vez que realizamos un acto cotidiano, se trata de tomar conciencia de que, en el flujo de la vida, todo lo que nos pasa es nuevo, por parecido que sea a lo que pasó ayer. Estar presentes para vivirlo es el quid de la cuestión. Si en cada momento, estamos en el habitar el presente sea lo que sea lo que nos está pasando, grave o leve, cotidiano o extraordinario, descubriremos todo un mundo que estamos obviando por pasar de puntillas por las cosas sin entrega ni apertura.

Un aspecto muy importante de la mente de principiante está en el abordar situaciones novedosas. Generalmente, vamos con ideas preconcebidas que son las precursoras del prejuicio, en especial si tenemos que relacionarnos con algo o alguien que no nos gusta. Esta actitud se da de forma habitual en el mundo profesional. Con frecuencia, los que somos más mayores o los que son más expertos, obturan sus oídos ante lo que tienen que decir otros de menos experiencia y edad sobre nuestra especialidad, nuestro dominio. Nos aferramos a nuestros pilares, a lo que nos da seguridad y, gracias a ese aferramiento se pierde mucho talento por el camino.

En las tradiciones o movimientos espirituales o de crecimiento personal pasa algo parecido, sobre todo,  entre los practicantes menos experimentados. Nos aferramos a lo que conocemos, a nuestras prácticas, a nuestro modus operandi y nos cerramos en banda, no queremos ni siquiera escuchar lo que hacen, realizan o dicen otros, “lo nuestro es lo auténtico”, lo cual es síntoma de que caminamos en aguas movedizas y nuestra seguridad y determinación es frágil, de ahí el aferramiento, el ego espiritual y, en los casos más graves, el fanatismo.

En definitiva vivir con apertura nos hace libres. La rutina no existe, no sabemos todo, de un acto cotidiano podemos aprender mucho y nada nos destruye ni nos amenaza simplemente por oírlo con atención y sin prejuicios. La actitud sectaria, sin embargo, nos cierra posibilidades, reduce mucho el mundo en el que vivimos y acabamos habitando una realidad ficticia donde quien manda son mis leyes, mis juicios, mis categorías y mi pequeño círculo de personas que piensa como yo y realimenta mi visión limitada de las cosas.  

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