En los
últimos años de su vida, Shunryu Suzuki, maestro Zen japonés afincado en EEUU, escribió su obra “Mente Zen, mente de
principiante” cuya frase introductoria viene a resumir toda la obra, que es, a
su vez un compendio de las enseñanzas (Teisho) impartidas en el Centro Zen de
Los Altos (California). La frase es la siguiente: “en la mente del principiante
hay muchas posibilidades, pero en la del experto hay pocas”.
Creo que
todos podemos recordar la primera vez que experimentamos algo de forma
inesperada. Hay algo mágico en ese primer contacto. Primero lo percibimos,
después lo observamos muy atentos, más tarde abrimos todos nuestros sentidos a
la nueva experiencia y la sentimos, la absorbemos, la vivimos. Lo que no hacemos
es racionalizarla, catalogarla, juzgarla y clasificarla en nuestros dos tres
tipos favoritos: “me gusta”, “no me gusta”, “me da igual”. Ese momento mágico
tuvo lugar la primera vez que el mar rozó nuestros pies, al abrir ese regalo de
Navidad que creíamos que no íbamos a tener, al comer el primer alimento sólido,
al oír esa canción que nos cautivó en la adolescencia, al descubrir nuestra
vocación.
No podemos
hacer que las cosas nos pasen por primera vez, pero sí podemos vivirlas como
algo precioso y único en cada momento. Seguro que nos hemos tomado muchos cafés
por la mañana, pero cada café es único, no es el de ayer ni el de mañana
(quizás no haya un mañana siquiera), incluso cada sorbo es irrepetible. No se
trata de una pose, de fingir un éxtasis artificioso cada vez que realizamos un
acto cotidiano, se trata de tomar conciencia de que, en el flujo de la vida,
todo lo que nos pasa es nuevo, por parecido que sea a lo que pasó ayer. Estar
presentes para vivirlo es el quid de la cuestión. Si en cada momento, estamos
en el habitar el presente sea lo que sea lo que nos está pasando, grave o leve,
cotidiano o extraordinario, descubriremos todo un mundo que estamos obviando
por pasar de puntillas por las cosas sin entrega ni apertura.
Un aspecto
muy importante de la mente de principiante está en el abordar situaciones
novedosas. Generalmente, vamos con ideas preconcebidas que son las precursoras
del prejuicio, en especial si tenemos que relacionarnos con algo o alguien que
no nos gusta. Esta actitud se da de forma habitual en el mundo profesional. Con
frecuencia, los que somos más mayores o los que son más expertos, obturan sus
oídos ante lo que tienen que decir otros de menos experiencia y edad sobre
nuestra especialidad, nuestro dominio. Nos aferramos a nuestros pilares, a lo
que nos da seguridad y, gracias a ese aferramiento se pierde mucho talento por
el camino.
En las
tradiciones o movimientos espirituales o de crecimiento personal pasa algo
parecido, sobre todo, entre los
practicantes menos experimentados. Nos aferramos a lo que conocemos, a nuestras
prácticas, a nuestro modus operandi y nos cerramos en banda, no queremos ni
siquiera escuchar lo que hacen, realizan o dicen otros, “lo nuestro es lo
auténtico”, lo cual es síntoma de que caminamos en aguas movedizas y nuestra
seguridad y determinación es frágil, de ahí el aferramiento, el ego espiritual
y, en los casos más graves, el fanatismo.
En
definitiva vivir con apertura nos hace libres. La rutina no existe, no sabemos
todo, de un acto cotidiano podemos aprender mucho y nada nos destruye ni nos
amenaza simplemente por oírlo con atención y sin prejuicios. La actitud
sectaria, sin embargo, nos cierra posibilidades, reduce mucho el mundo en el
que vivimos y acabamos habitando una realidad ficticia donde quien manda son
mis leyes, mis juicios, mis categorías y mi pequeño círculo de personas que
piensa como yo y realimenta mi visión limitada de las cosas.
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