Es
frecuente oír expresiones cómo, venció la timidez, ganó la batalla al cáncer,
es una luchadora, ha salido a comerse el mundo… Aunque este tipo de lenguaje
forma parte del acervo lingüístico, o precisamente por eso, revela, por un
lado, un estado de continuo malestar con
la propia existencia y, por otro, interpreta los acontecimientos dolorosos
como algo ajeno a nosotros, algo que tenemos que expulsar de la frontera de lo que llamamos
Yo. No se trata de quedarse cruzado de brazos, pasivamente, a esperar que una
enfermedad avance o que un problema psicológico nos impida hacer nuestra vida
normal. Por supuesto que, si tenemos medios a nuestro alcance, hay que
utilizarlos para sanar, para salir de una situación problemática, pero no hay
nada contra lo que luchar.
La
enfermedad, la muerte, la vejez, las pérdidas, son parte de la vida, no son un
enemigo que aparece de repente para complicarnos la existencia o ponernos a
prueba. No hay un ente ajeno a nosotros mismos que juegue con nuestros
destinos. En todas las vidas de todos los seres humanos se dan estas
circunstancias. La resistencia a admitir que esto es y va a ser así, provoca
aún más sufrimiento que las propias desgracias a las que nos podamos ver
sometidos.
Por otro
lado, los acontecimientos dolorosos nos obligan a desarrollar recursos internos
que ni siquiera sabíamos que teníamos, nos hacen más humanos, en definitiva,
nos hacen madurar.
En una
sociedad como la occidental es muy difícil introducir el concepto de
aceptación, entre otras cosas, porque lo confundimos con resignación.
Aceptación es, simplemente, saber y “encajar” que va a haber acontecimientos
dolorosos o desagradables en nuestra vida y reconocerlos cuando aparecen, lo
cual no implica quedarse de brazos cruzados ante las dificultades, todo lo
contrario, la aceptación de lo que nos pasa da impulso para buscar soluciones. Lo
opuesto a la aceptación en la negación, el no querer reconocer que algo nos
afecta, que estamos perdiendo facultades, que no tenemos habilidades para tal o
cual cosa, etc. Y un mal aspecto de la aceptación teñido de fatalismo sería la
resignación, la idea de que las cosas son de determinada manera y no tienen
solución.
Quizás, sería mejor
limpiar nuestro lenguaje y empezar a hablar en otros términos. En vez de vencer
a la enfermedad, sanar; en vez de ser un luchador, vivir la vida con plenitud;
en vez de ganar la batalla al cáncer, curarse.
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