En
la práctica original de las artes marciales, no como una disciplina deportiva
sino como una práctica profunda de desarrollo personal en todos los aspectos
del individuo, se sostiene que el iniciado tiene que enfrentarse al aprendizaje
y adentrarse en la vía del budo fomentando cinco actitudes:
Shoshin
(Mente de principiante). La mente de principiante es una mezcla de curiosidad,
sorpresa y ausencia de prejuicios y de expectativas sobre las enseñanzas
recibidas. Adoptar esta actitud permite recibir con total apertura, espantar
los juicios y recoger los matices que no pudimos ver en un primer contacto con
la enseñanza. Es un perfecto antídoto contra el aburrimiento. Es entusiasmo y
energía.
Zanshin
(Serena alerta). La traducción correcta sería mente residual. Consiste en un
estado de gran concentración y serenidad, de ausencia de proyección hacia el
futuro ni recuerdo del pasado. Es un estado de plena presencia en el que, sin
temor, ni posibilidad de desestabilizarse emocionalmente, de reaccionar por
impulsos, se mantiene un estado de alerta penetrante. Frecuentemente se
identifica con la actitud de un gato relajado que es capaz de reaccionar con
gran rapidez ante cualquier peligro inminente.
Mushin
(No mente). Es un estado de vacío mental, que trasciende cualquier fluctuación
emocional, en el que la actividad psíquica y emocional se detienen dejando paso
a la concentración pura.
Fudoshin
(Mente estable). Este estado se nutre de la firmeza y el coraje, la
trascendencia del temor y la determinación inquebrantable.
Senshin.
Es la mente ecuánime y compasiva, es la mente que no se ensaña con el enemigo,
que ni siquiera se enfada con el enemigo. Es la mente sabia que trasciende todo
condicionamiento y es capaz de captar la realidad tal cual es, de una forma
experiencial y no intelectual, emocional o intuitiva.
Estos principios, dada su
universalidad, son igualmente válidos para cualquier acto, actividad o labor de
la vida cotidiana. Abordando nuestros actos con estos cinco espíritus se otorga
una dimensión sagrada al día a día, a nuestra relación con el mundo cotidiano,
en definitiva a la vida que se compone, más que de grandes acontecimientos, del extraordinario despliegue de las pequeñas cosas.