viernes, 16 de junio de 2017

LOS CINCO ESPÍRITUS DEL BUDO

En la práctica original de las artes marciales, no como una disciplina deportiva sino como una práctica profunda de desarrollo personal en todos los aspectos del individuo, se sostiene que el iniciado tiene que enfrentarse al aprendizaje y adentrarse en la vía del budo fomentando cinco actitudes:
Shoshin (Mente de principiante). La mente de principiante es una mezcla de curiosidad, sorpresa y ausencia de prejuicios y de expectativas sobre las enseñanzas recibidas. Adoptar esta actitud permite recibir con total apertura, espantar los juicios y recoger los matices que no pudimos ver en un primer contacto con la enseñanza. Es un perfecto antídoto contra el aburrimiento. Es entusiasmo y energía.
Zanshin (Serena alerta). La traducción correcta sería mente residual. Consiste en un estado de gran concentración y serenidad, de ausencia de proyección hacia el futuro ni recuerdo del pasado. Es un estado de plena presencia en el que, sin temor, ni posibilidad de desestabilizarse emocionalmente, de reaccionar por impulsos, se mantiene un estado de alerta penetrante. Frecuentemente se identifica con la actitud de un gato relajado que es capaz de reaccionar con gran rapidez ante cualquier peligro inminente.
Mushin (No mente). Es un estado de vacío mental, que trasciende cualquier fluctuación emocional, en el que la actividad psíquica y emocional se detienen dejando paso a la concentración pura.
Fudoshin (Mente estable). Este estado se nutre de la firmeza y el coraje, la trascendencia del temor y la determinación inquebrantable.
Senshin. Es la mente ecuánime y compasiva, es la mente que no se ensaña con el enemigo, que ni siquiera se enfada con el enemigo. Es la mente sabia que trasciende todo condicionamiento y es capaz de captar la realidad tal cual es, de una forma experiencial y no intelectual, emocional o intuitiva.
Estos principios, dada su universalidad, son igualmente válidos para cualquier acto, actividad o labor de la vida cotidiana. Abordando nuestros actos con estos cinco espíritus se otorga una dimensión sagrada al día a día, a nuestra relación con el mundo cotidiano, en definitiva a la vida que se compone, más que de grandes acontecimientos, del extraordinario despliegue de las pequeñas cosas.


miércoles, 7 de junio de 2017

¡Silencio, se vive!

Con frecuencia, en las tradiciones orientales, más específicamente en el budismo, aunque también en el yoga, se hace especial hincapié en los efectos de nuestro habla.

En el mundo occidental, pero en especial en los países de habla hispana, con la excepción de algunos pueblos indígenas de América Latina, el silencio resulta incómodo, inquietante e incluso ofensivo. Sin embargo lo que sale por nuestra boca es, con frecuencia, fuente de un inmenso sufrimiento. Es algo a lo que, sencillamente, no prestamos atención. No nos fijamos en el tono, no tenemos en cuenta si lo que contamos vulnera la intimidad de otros, no nos damos cuenta de que calificar las cosas puede ofender a terceros y cerrar nuestra mente encajonando la realidad en cómodos compartimentos (feo, bonito, bueno, malo, idiota, listo…) en los que hemos ido metiendo las cosas valorándolas por encima, sin la menor intención de profundizar en ellas.

La charlatanería, tan valorada en nuestra sociedad, tan propia de gente sociable y simpática, puede ser un síntoma de distracción, de evasión de la realidad y de desconexión de uno mismo. Hablar por hablar supone perder una energía y un tiempo precioso, que no nos sobra precisamente, en especial si se vive en un entorno urbano y, en la práctica,  fuerza a un potencial interlocutor a hacer lo mismo, aunque no quiera. El hablar por hablar nos aleja de la vida, nos ensimisma, nos hace perder el contacto con nuestra esencia y estar permanentemente volcados y pendientes del exterior.

Hablar se ha convertido en un automatismo más, en un impulso, en un acto reactivo. Aparece alguien y hablamos.

El cuidado en lo que hablamos requiere de un esfuerzo por nuestra parte en aplicar la atención plena al hecho de comunicarse. Y estamos hablando aquí sólo de la acción verbal, no de la rumiación o el parloteo interno que daría para capítulos de un libro.

Cómo aplicar la atención plena al habla.

Primero, antes de hablar hay que pensar tres cosas:

         ¿Es necesario decir lo que tenía pensado decir?
         ¿Es verdad?
         ¿Qué efecto va a causar en mi/s interlocutor/es?

Si, tras hacernos estas preguntas, decidimos hablar, es bueno tener en cuenta los siguientes aspectos:

Hablar de forma comprensible y adecuada para el/los interlocutor/es.
Dejar expresarse a la persona o personas con las que se está hablando.
Cuidar el volumen y el tono (evitar cinismo, ironía, sarcasmo)
Contemplar al interlocutor como un igual, no como a un ser inferior.
Hablar con un buen propósito. En el momento en que la intención sea sobreponerse o llevar razón a toda costa, estamos entrando en un juego meramente egocentrista.
Finalizar la conversación cuando degenera.
Tener un legítimo interés por relacionarse verbalmente con esa persona o conjunto de personas, no en sobreponerse, insultar, faltar al respeto o apabullar.
En la medida de lo posible, no hablar, en especial no hablar mal, de terceros en su ausencia.
  

Lo que no se dice

El silencio es un bien escaso en nuestra sociedad. Nos deja al desnudo con nosotros mismos. Necesitamos llenar los espacios vacíos con ruido, y parte de ese ruido lo generamos nosotros con nuestras cuerdas vocales.
El cultivo del silencio, de la discreción en el hablar, del cuidado en lo que se dice tiene efectos muy beneficiosos en nuestra mente. Para empezar adquirimos un hábito saludable para con nosotros mismos. Seleccionando lo que decimos, cómo lo decimos y en qué tono, vamos modificando nuestras rutas de pensamiento. Simplemente elegimos opciones más sanas de relacionarnos con otros. Pero además, tiene un efecto colateral. Generalmente, las personas que son muy selectivas a la hora de poner contenidos en su boca, también son muy respetadas por el entorno.


Hablar es maravilloso, una cualidad humana única en nuestro planeta. Es la principal forma de relacionarnos entre humanos. Utilicémosla con reverencia, respeto y generosidad.