Desde
pequeños se nos ha inculcado la idea y la costumbre de hacer las cosas por
algo, con algún propósito, por alguna razón. Aunque en líneas generales puede
ser una buena forma de proceder para fomentar la reflexión y evitar
comportamientos sin sentido, lo que no es sano ni razonable es poner todas las
energías en la meta y ninguna o casi ninguna en el proceso.
Esta actitud
nos ha llevado a situaciones objetivamente ridículas como, por ejemplo,
justificar lo que no tiene por qué justificarse, estableciendo un vínculo
irrevocable entre lo que se hace y la meta a conseguir. Cosas del tipo “voy a
la playa porque me lo ha recomendado el médico”; “meriendo porque comer más
veces y menos cantidad es mejor para adelgazar”. En definitiva, voy a la playa
para sanar, no para vivir unos días junto al mar, disfrutar del contacto con el
agua, del sol en la piel, de la buena temperatura, del efecto tonificante del
baño, del olor a mar, etc; meriendo para adelgazar, no para disfrutar a media
tarde de una reconfortante taza de té y unas galletas, no para sentir su sabor,
su olor, su efecto en el cuerpo.
Teniendo la
mirada fija en la meta no estamos disfrutando del camino que puede estar en
medio de un bosque frondoso con infinidad de sensaciones y emociones. Incluso,
aunque el camino sea un desierto árido, es mejor vivirlo que vivir al margen.
Viviendo dejando de lado el proceso que nos lleva a conseguir las cosas,
viviendo proyectados en un futuro, por lo demás incierto, ¿estamos realmente
vivos? Yo diría que no.
Podemos
hacer un ejercicio, a ver que pasa. Vamos a hacer las cosas por hacerlas,
podemos caminar sin pensar en que el ejercicio es sano; contar chistes sin
esperar que nadie se ría; beber cuando tengo sed, no porque sea bueno; comer un
potaje porque es lo que hay hoy, no porque tenga vitaminas, minerales y
oligoelementos; hacer el amor porque a mi pareja y a mí nos apetece, no porque
haya pasado mucho tiempo desde la última vez; jugar con el perro porque es lo
que ambos queremos hacer en este momento, no porque interactuar con mi mascota
refuerza los vínculos y mi salud física y mental; y así todo lo que hagas,
plenamente consciente de lo que estás haciendo en cada momento y sin esperar un
resultado.
La
meditación no es una terapia, no es relajación, no es religión, no es un
ejercicio, no es una elucubración, ni siquiera es una técnica. La meditación
es un estado y su único fin es la meditación en sí misma.
En el
budismo, no obstante, se habla de aspiración. La aspiración es la certeza, más
allá de nuestra propia experiencia, de que se puede estar y profundizar en
dicho estado, el de meditación, hasta trascender el ego y revelarse nuestra
verdadera naturaleza libre de apego y rechazo y, por lo tanto de sufrimiento.
Si quieres
meditar, lo que te mueve no es estar más tranquilo, superar la ansiedad, rendir
más en el trabajo o mejorar tus relaciones. Todas estas cosas son excusas. Si
quieres meditar es porque sabes que estás muy distraído y esa distracción no
permite que tu verdadera naturaleza se manifieste a través de ti. Si quieres
meditar, medita. Medita sin meta ni obtención.
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