domingo, 29 de mayo de 2016

¿Necesitas un motivo para meditar? Aquí tienes uno: nada que obtener

Desde pequeños se nos ha inculcado la idea y la costumbre de hacer las cosas por algo, con algún propósito, por alguna razón. Aunque en líneas generales puede ser una buena forma de proceder para fomentar la reflexión y evitar comportamientos sin sentido, lo que no es sano ni razonable es poner todas las energías en la meta y ninguna o casi ninguna en el proceso.

Esta actitud nos ha llevado a situaciones objetivamente ridículas como, por ejemplo, justificar lo que no tiene por qué justificarse, estableciendo un vínculo irrevocable entre lo que se hace y la meta a conseguir. Cosas del tipo “voy a la playa porque me lo ha recomendado el médico”; “meriendo porque comer más veces y menos cantidad es mejor para adelgazar”. En definitiva, voy a la playa para sanar, no para vivir unos días junto al mar, disfrutar del contacto con el agua, del sol en la piel, de la buena temperatura, del efecto tonificante del baño, del olor a mar, etc; meriendo para adelgazar, no para disfrutar a media tarde de una reconfortante taza de té y unas galletas, no para sentir su sabor, su olor, su efecto en el cuerpo.

Teniendo la mirada fija en la meta no estamos disfrutando del camino que puede estar en medio de un bosque frondoso con infinidad de sensaciones y emociones. Incluso, aunque el camino sea un desierto árido, es mejor vivirlo que vivir al margen. Viviendo dejando de lado el proceso que nos lleva a conseguir las cosas, viviendo proyectados en un futuro, por lo demás incierto, ¿estamos realmente vivos? Yo diría que no.

Podemos hacer un ejercicio, a ver que pasa. Vamos a hacer las cosas por hacerlas, podemos caminar sin pensar en que el ejercicio es sano; contar chistes sin esperar que nadie se ría; beber cuando tengo sed, no porque sea bueno; comer un potaje porque es lo que hay hoy, no porque tenga vitaminas, minerales y oligoelementos; hacer el amor porque a mi pareja y a mí nos apetece, no porque haya pasado mucho tiempo desde la última vez; jugar con el perro porque es lo que ambos queremos hacer en este momento, no porque interactuar con mi mascota refuerza los vínculos y mi salud física y mental; y así todo lo que hagas, plenamente consciente de lo que estás haciendo en cada momento y sin esperar un resultado.

La meditación no es una terapia, no es relajación, no es religión, no es un ejercicio, no es una elucubración, ni siquiera es una técnica. La meditación es un estado y su único fin es la meditación en sí misma.

En el budismo, no obstante, se habla de aspiración. La aspiración es la certeza, más allá de nuestra propia experiencia, de que se puede estar y profundizar en dicho estado, el de meditación, hasta trascender el ego y revelarse nuestra verdadera naturaleza libre de apego y rechazo y, por lo tanto de sufrimiento.

Si quieres meditar, lo que te mueve no es estar más tranquilo, superar la ansiedad, rendir más en el trabajo o mejorar tus relaciones. Todas estas cosas son excusas. Si quieres meditar es porque sabes que estás muy distraído y esa distracción no permite que tu verdadera naturaleza se manifieste a través de ti. Si quieres meditar, medita. Medita sin meta ni obtención.


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