martes, 14 de junio de 2016

Frases fáciles, espiritualidad exprés

En los últimos tiempos es frecuente recibir algún tipo de instrucción, adoctrinamiento o consejo a través de las redes sociales, correo electrónico o, incluso comunicaciones de empresa. Suelen consistir en frases cortas, de tinte autoritario y culpabilizador, que generalmente incluyen una trilogía de órdenes o recomendaciones facilonas que deben aceptarse como si fueran dogmas incuestionables. La mayoría están supuestamente avaladas por un maestro espiritual, por un escritor de minorías o por un personaje de la contracultura en el mejor de los casos, en el más dudoso, de la New Age.

Para empezar, hay que poner siempre en cuestión que los firmantes de estas publicaciones sean verdaderamente quien dicen que son. Yo he llegado a ver un “persigue tus sueños” (lo cual incluye una dosis más o menos importante de apego, dependiendo de los casos, incluso de obsesión) firmado por Sidarta Gautama, o lo que es lo mismo Budha. Veo bastante improbable que de la boca del Budha histórico haya podido salir  una insensatez semejante, por lo menos dicha así, a lo bruto, fuera de contexto. Incluso, el “sueño” de la iluminación (siempre es preferible llamarlo aspiración al despertar) no debe perseguirse en sí mismo, como si fuera una meta a alcanzar, ya que desde el Budha Dharma se parte de la base de que ya somos seres iluminados, lo que nos faltaría es darnos cuenta.

Para seguir, el contenido de estos mensajes tan simplistas no deja de ser sospechoso. Con lo difícil que es conocerse a si mismo, reconocer los errores, detectar nuestras fortalezas y recursos para relacionarnos con el mundo, darnos cuenta de nuestra dependencia del resto de los elementos del Cosmos, reeducarnos para ser más ecuánimes y serenos, más tolerantes con los errores ajenos, más empáticos y compasivos para ponernos en la piel del otro, ¿cree alguien que con un simple “perdona, ama, sonríele a la vida” se va a solucionar algo?. Este tipo de arengas desprenden un tufillo a generador de culpa. ¿Qué pasa si no me encuentro en disposición de amar, ni perdonar, ni sonreír a nada ni a nadie? ¿Soy malo? ¿No soy espiritual? ¿No me he subido a la cresta de la New Age?

No obstante, la mayoría, llegan a conectar con un publico afín y amante de las frases lapidarias que pretende ver resumidas en tres líneas siglos enteros de tradición espiritual, horas de mitin de Martin Luther King, obras completas de Mario Benedetti. Estas frases nos consuelan en nuestro deseo de aliviar el desasosiego, la aflicción. Nos aferramos a ellas como a un talismán para sostener nuestro propósito de salir de un pozo negro de profundo malestar. En el mundo actual, en el que todo es para antes de ayer, en el que carecemos de paciencia necesaria para disfrutar de nuestras acciones y para saborear sus frutos, esta clase de tips funcionan como amuletos a los que nos agarramos como a un clavo ardiendo porque la vida tiene que tener algún sentido y, porque sabemos en el fondo, que contienen algún punto de verdad. El problema, es que se han comido mucho contenido, que la transformación de uno mismo no se puede resumir en 15 palabras. Que hay muchas antes y después de esa arenga que nos aparece en una publicación del muro del Facebook y hay que leerlas todas, porque si no, nos quedamos con una información sesgada, con una orden sin sentido, con un refranillo que nos podemos repetir como un mantra, pero que si no llevamos a la práctica (en caso de que haya que hacerlo, que muchas veces es dudoso) no sirve para nada más que para edulcorar el contenido de las redes sociales junto con los lacitos, los bombones y los cachorros de gatito que saliendo de una cajita rosa y para aumentar nuestra frustración porque, aunque estemos de acuerdo con estas frasecillas, no nos sale lo que nos proponen. Para que nos salga, es necesario un cambio de actitud, un trabajo interior y, muy probablemente, leer el texto completo del que se ha extraído la dichosa frase.





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