miércoles, 1 de junio de 2016

La renuncia frente a "perseguir sueños"

Esta frase tan manida “persigue tus sueños” (a veces atribuida al Dalai Lama, cosa sospechosamente improbable) nace de una interpretación más que dudosa de la psicología positiva tan en auge desde mediados de los ochenta hasta principios del siglo XXI. Se basa en una teoría que  consiste básicamente en hacernos creer que cualquiera de nosotros tenemos la capacidad de convertirnos en lo que queramos, independientemente de nuestras circunstancias y condiciones, del ámbito económico, social o cultural al que pertenezcamos, del momento político que estemos viviendo y de los recursos que tengamos a nuestro alcance.

Para empezar, estar en esa insistente persecución de nuestro sueño nos posiciona irremediablemente en un futuro incierto y, en multitud de ocasiones, improbable. Para seguir entra en contradicción con un concepto con el que sería interesante familiarizarnos y al que la sociedad occidental tiene verdadera tirria: la renuncia

Antes o después tendremos que ir renunciando a privilegios que se tienen en un período breve de la vida. Antes o después tendremos que ponernos gafas para leer el periódico. Antes o después perderemos la forma física y el aspecto de nuestra juventud. Antes o después tendremos que renunciar a nuestro trabajo, a nuestra pareja, a la tutela de nuestros hijos, a actividades de riesgo, a conducir y, por último a la vida.

Definamos sueño. El sueño al que se refiere la frase es una proyección, una ilusión de convertirnos en algo que nos gustaría o satisfaría o de alcanzar algún propósito. Detrás de ese perseguir el sueño hay un algo heroico que requiere un esfuerzo monumental y una resistencia física y mental extraordinaria. Ilustrando este mandato no aparecen personas que han montado una panadería, que han terminado una carrera, o que han tenido un hijo. Por el contrario, aparecen, por ejemplo,  personas con graves minusvalías que logran realizar algo que, por sus condiciones físicas y mentales, no parece probable alcanzar. El no perseguir no quiere decir darse por vencido a la primera, pero hay un principio universal que es aplicado por todos los seres vivos: la economía de la acción, que consiste en hallar un equilibrio entre el propósito y el esfuerzo. ¿Alguien se imagina a una manada de leonas atravesando otra manada de gacelas para perseguir a un elefante adulto? El perseguir un sueño a toda costa es una fuente de frustración y, frecuentemente supone un desgaste incalculable para el soñador y su entorno.

Si una persona de más de  50 años se empeñase en batir un record mundial, una plusmarca de los 100 metros lisos y  decide entrenarse por puro placer será una buena experiencia, pero si se marca objetivos, lo más probable es que no los alcance, o por lo menos, que no le sea fácil, entonces aparece la frustración que deriva en ansiedad y en sufrimiento.

Hay un término medio entre excusarse en la edad, las circunstancias, la sociedad, el género y demás condiciones particulares, para no hacer determinadas cosas y querer perseguir nuestros sueños de una forma irresponsable, obsesiva y descabellada. Personalmente no me conmueven en absoluto, esos “héroes” que han alcanzado la cima del Everest a los 85 o que se han presentado a un concurso de belleza con un miembro amputado. Creo que los verdaderos héroes están en la calle todos los días, sacando a su familia adelante con 400 €, haciéndose cargo de los hijos y nietos con una pensión miserable, trabajando en dos empresas para llevarse 900 € a casa, sonriendo, procurando no amargar la vida a la gente con sus miserias personales, manifestándose como son, vulnerables y frágiles y, sin embargo, dignos ante tanto abuso y tanto abusador. Para parte de esos abusadores, todas estas personas son “fracasados” y lo son, en parte, porque tienen sueños limitados (comer caliente y dormir bajo techo), porque sus derechos fundamentales se tienen que convertir muchas veces en sueños. Los creadores de esta visión maniquea, son los mismos que promocionan esa persecución de sueños e intentan convencernos de que todo lo que nos pasa depende de nuestra fuerza interna y nuestra resolución. Es muy fácil cambiar la pelota de tejado. ¿Alguien puede respirar con normalidad cuando tiene una losa en el pecho?


Realicémoslos, abandonémoslos, modifiquémoslos, adaptémoslos, renunciemos pero dejemos de perseguir nuestros sueños. ¿Por qué? Simplemente porque es una fuente de sufrimiento. Mientras estamos  “persiguiendo” no estamos viviendo.  Llamémoslos sueños o proyectos, intenciones, aspiraciones, todas tienen un límite razonable de consecución, pasado el cual ya no merece la pena seguir insistiendo en lo mismo. Quizás, yendo detrás de algo con fanatismo nos estén pasando desapercibidos otros regalos que nos ofrece la vida en el momento presente.

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