
Para
empezar, estar en esa insistente persecución de nuestro sueño nos posiciona
irremediablemente en un futuro incierto y, en multitud de ocasiones,
improbable. Para seguir entra en contradicción con un concepto con el que sería
interesante familiarizarnos y al que la sociedad occidental tiene verdadera
tirria: la renuncia.
Antes o después tendremos que ir renunciando a privilegios
que se tienen en un período breve de la vida. Antes o después tendremos que
ponernos gafas para leer el periódico. Antes o después perderemos la forma
física y el aspecto de nuestra juventud. Antes o después tendremos que
renunciar a nuestro trabajo, a nuestra pareja, a la tutela de nuestros hijos, a
actividades de riesgo, a conducir y, por último a la vida.
Definamos
sueño. El sueño al que se refiere la frase es una proyección, una ilusión de
convertirnos en algo que nos gustaría o satisfaría o de alcanzar algún
propósito. Detrás de ese perseguir el sueño hay un algo heroico que requiere un
esfuerzo monumental y una resistencia física y mental extraordinaria.
Ilustrando este mandato no aparecen personas que han montado una panadería, que
han terminado una carrera, o que han tenido un hijo. Por el contrario, aparecen, por ejemplo, personas con graves minusvalías que logran realizar algo que, por sus
condiciones físicas y mentales, no parece probable alcanzar. El no perseguir
no quiere decir darse por vencido a la primera, pero hay un principio universal
que es aplicado por todos los seres vivos: la economía de la acción, que
consiste en hallar un equilibrio entre el propósito y el esfuerzo. ¿Alguien se
imagina a una manada de leonas atravesando otra manada de gacelas para
perseguir a un elefante adulto? El perseguir un sueño a toda costa es una
fuente de frustración y, frecuentemente supone un desgaste incalculable para el
soñador y su entorno.
Si
una persona de más de 50 años se
empeñase en batir un record mundial, una plusmarca de los 100 metros lisos y decide entrenarse por puro placer será una
buena experiencia, pero si se marca objetivos, lo más probable es que no los
alcance, o por lo menos, que no le sea fácil, entonces aparece la frustración
que deriva en ansiedad y en sufrimiento.
Hay
un término medio entre excusarse en la edad, las circunstancias, la sociedad,
el género y demás condiciones particulares, para no hacer determinadas cosas y querer
perseguir nuestros sueños de una forma irresponsable, obsesiva y descabellada.
Personalmente no me conmueven en absoluto, esos “héroes” que han alcanzado la
cima del Everest a los 85 o que se han presentado a un concurso de belleza con
un miembro amputado. Creo que los verdaderos héroes están en la calle todos los
días, sacando a su familia adelante con 400 €, haciéndose cargo de los hijos y
nietos con una pensión miserable, trabajando en dos empresas para llevarse 900
€ a casa, sonriendo, procurando no amargar la vida a la gente con sus miserias
personales, manifestándose como son, vulnerables y frágiles y, sin embargo,
dignos ante tanto abuso y tanto abusador. Para parte de esos abusadores, todas
estas personas son “fracasados” y lo son, en parte, porque tienen sueños
limitados (comer caliente y dormir bajo techo), porque sus derechos
fundamentales se tienen que convertir muchas veces en sueños. Los creadores de esta
visión maniquea, son los mismos que promocionan esa persecución de sueños e
intentan convencernos de que todo lo que nos pasa depende de nuestra fuerza
interna y nuestra resolución. Es muy fácil cambiar la pelota de tejado.
¿Alguien puede respirar con normalidad cuando tiene una losa en el pecho?
Realicémoslos,
abandonémoslos, modifiquémoslos, adaptémoslos, renunciemos pero dejemos de
perseguir nuestros sueños. ¿Por qué? Simplemente porque es una fuente de
sufrimiento. Mientras estamos
“persiguiendo” no estamos viviendo. Llamémoslos sueños o proyectos, intenciones,
aspiraciones, todas tienen un límite razonable de consecución, pasado el cual
ya no merece la pena seguir insistiendo en lo mismo. Quizás, yendo detrás de
algo con fanatismo nos estén pasando desapercibidos otros regalos que nos
ofrece la vida en el momento presente.
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