viernes, 17 de junio de 2016

Perdón y culpa


El perdón y la culpa son dos extremos del mismo sentimiento. En relación a un daño causado, el perdón sería el extremo que se encuentra en la parte de la víctima del daño y el efecto principal sería aliviar el sufrimiento de ambas partes. La culpa estaría en la parte del perpetrador y el efecto principal sería aumentar el propio sufrimiento.

El perdón consiste en desactivar la cadena de odio y resentimiento por parte de la víctima de un mal causado, sea este reconocido o no por el causante, e incluso, sea o no reconocido por terceras personas.

En este sentido hay que dejar una serie de puntos claros:

- Perdón no significa pasar por alto un daño causado. No significa no hacer justicia o no tomar medidas para que el daño se redima. Si somos víctimas de un robo, podemos perdonar al ladrón desactivando nuestra rumiación mental y, por consiguiente, nuestra reactividad emocional. Eso no quiere decir que no denunciemos el robo, simplemente no le damos vueltas ni ideamos miles de planes de venganza.

- Perdonar no es negar el daño. Si nos sentimos agredidos por algo o alguien, es real para nosotros, nos está haciendo daño y es perfectamente normal que reaccionemos con ira o tristeza. Es tan nocivo colorear la realidad de negro como de rosa. Esto es especialmente evidente en las relaciones de pareja. En ocasiones se dejan pasar, o no se reconocen, formas de maltrato bajo el paraguas del perdón. Perdón no es resignación ni subyugación, es liberación del resentimiento causado por una ofensa. 

- Perdonar no es olvidar. El recuerdo de un daño causado es funcional y nos impulsa a no repetir la misma experiencia bajo las mismas circunstancias o con las mismas personas. Otra cosa es la obsesión y, en especial, la obsesión con la venganza. Bajo el prisma del perdón, el recuerdo del mal causado o del ofensor no nos produce secuestro emocional.

- Nadie nos puede obligar a perdonar. Ni la religión, ni la presión social, ni la disciplina autoimpuesta, ni los códigos morales, ni nuestra familia. Perdonar es un acto voluntario, que tiene que salir de uno.

- Perdonar lleva tiempo en la mayoría de los casos, en especial cuando el daño es muy grave. Es lógico que, nada más vernos sometidos al daño causado, no seamos capaces de plantearnos la idea del perdón. El proceso conlleva distintas fases y, por eso, es tan importante que sea una decisión voluntaria, porque tenemos que tomarla, si queremos,  cuando estemos preparados.

- Perdonar no implica reconciliarse. Especialmente en caso de abusos muy graves, no significa que vayamos a volver a relacionarnos o confiar en el/la perpetrador/a. En este caso el perdón iría orientado a desactivar un posible pensamiento obsesivo de odio y venganza, pudiendo así vivir en paz y liberándonos de la presencia del causante del daño en nuestra mente.

- Perdonar no implica que la persona objeto de perdón lo sepa. Quizás la persona a la que tenemos que perdonar haya fallecido o no esté en pleno uso de sus facultades. Quizás viva en otro país o esté en prisión. Tal vez sea peligroso ponerse en contacto con el o ella. Perdonar, en este caso sería un proceso íntimo e interno que nos liberaría del sufrimiento de cargar con el resentimiento hacia esta persona.

- Para perdonar, no es necesario que el/la causante del daño nos pida perdón. Es un proceso estrictamente personal que no depende de nadie más que de la víctima de un daño.

¿Cuál es el mecanismo de los deseos de venganza?

Cuando sufrimos un daño, en vez de orientarnos a la solución, a minimizar el daño, nos orientamos hacia la damnificación del que nos lo ha causado. Partimos de la creencia de que si el perpetrador sufre en sus propias carnes, tomará conciencia del mal que nos ha causado, al menos esta es el argumento que nos proporcionamos a nivel conceptual para mantener nuestro deseo de venganza.  En la mayoría de los casos esto es falso por varios motivos:

  - Casi todos tenemos resistencias a reconocernos como damnificadores y tratamos de evitar ver esta parte de nosotros mismos dándonos explicaciones que nos retroalimentan.

  - En casos de personalidades con rasgos psicopáticos, bastante frecuentes en posiciones elevadas en las jerarquías de todo tipo, los perpetradores carecen de empatía. Independientemente de lo que les pase, no se pueden poner en el lugar de sus víctimas cuyo sufrimiento les importa muy poco.

  - En infinidad de ocasiones, ese daño que nosotros percibimos de una forma tan aguda, se ha ocasionado de una manera totalmente inconsciente , con lo cual nuestros deseos de venganza y las acciones que llevemos a cabo contra los causantes del daño (silencios, desprecios, etc.) van a recibirse con una total y absoluta incomprensión por su parte.

El deseo de venganza es una respuesta muy reactiva que tuvo una utilidad en los albores de la humanidad. La sociedad ha cambiado mucho y se ha convertido en algo muy complejo, pero seguimos manteniendo partes de nuestro cerebro inadaptadas al mundo del siglo XXI.

¿Cuál es el mecanismo del perdón?

El perdón es renunciar por parte de la víctima al deseo de venganza y al resentimiento. Es decir, es la renuncia a disfrutar del sufrimiento del perpetrador.

Hay que distinguir entre ira y deseos de venganza. Podemos, por ejemplo, estar muy enfadados porque nos han arrebatado un derecho laboral. Esto genera ira o emociones derivadas (enfado, irritabilidad, indignación) que va orientada a recuperar lo que es nuestro. Pero, desear que el responsable de ese recorte sufra de una u otra manera, esto es venganza y suele ser absolutamente ineficaz para resolver el problema.

La forma más eficaz de activar los mecanismos del perdón es entrenar la mente:

- Con atención plena a las emociones: Tomando distancia de ellas, convirtiéndonos en observadores ecuánimes de las propias emociones, identificándolas honestamente y, en consecuencia, dándonos un espacio de libertad para tomar decisiones sin dejarnos arrastrar por los estados emocionales que surjan en el momento.

- Con atención plena hacia los pensamientos: La observación de nuestros pensamientos en meditación o en prácticas informales de mindfulness, desactiva la rumiación mental. Cada vez que aparece un pensamiento que puede derivar en todo un manual de la venganza aplicada a nuestro ofensor, podemos parar y observarlo, ver hacia dónde nos lleva, qué patrón sigue y, sin intervenir, ver como se desvanece. En las prácticas formales de meditación cuando aparecen pensamientos de este tipo, los dejamos pasar, ni los reprimimos ni los seguimos y, poco a poco, se van desactivando.

- Entrenando la compasión: Reconociendo el hecho de que nosotros también ocasionamos daño e intentando comprender cuál ha sido la causa de que otras personas nos lo hayan causado a nosotros, lo cual no quiere decir que estemos de acuerdo con ellos. Entrenando el deseo de ver libres de sufrimiento al resto de los seres, sean estos los que sean y vengan de donde vengan.

- Entrenando la autocompasión. Algo fundamental para poder perdonar es poderse perdonar a uno mismo. La autocompasión es la base de la compasión.

- Fomentando la humildad y honestidad para con nosotros mismos. Empezando por reconocer nuestros errores. Saber que podemos causar daño y detectar cuando lo causamos. En ese caso, pidiendo perdón y reparando el daño si es posible.


El perdón tiene beneficios indiscutibles para el o los que nos han causado un daño, pero tiene aún más beneficios para la víctima porque se libera de su opresor que voluntariamete o no ha secuestrado la mente del damnificado.

Además el perdón tiene infinitos beneficios a nivel comunitario y social. ¿Cuantos países se ven afectados por conflictos entre colectivos sin que nadie pueda decir a ciencia cierta cuándo y por qué se ocasionaron?




En cuanto a la culpa, en realidad es la incapacidad para perdonarnos a nosotros mismos por un daño que hemos ocasionado, una expectativa que no hemos cumplido o una obligación que no hemos llevado a cabo.

Los mecanismos de la culpa son los mismos que los de los deseos de venganza. Tienen el valor añadido de que siempre llegan a su objetivo: nosotros mismos. Si sentimos culpa, inevitablemente sufrimos, nos hacemos daño, nos despreciamos, nos sentimos indignos. El objeto de la venganza es el sufrimiento del ofensor, pero no siempre llega a cumplir su propósito. Muchas veces (por suerte) la venganza se queda en “deseo” y no se pone en práctica. La culpa siempre llega al “culpable”.

Los mecanismos del autoperdón son los mismos que los del perdón. Su práctica requiere de un énfasis especial de la autocompasión, de aceptarnos a nosotros mismos tal y como somos, con nuestros aciertos y errores, de darnos afecto.

La desactivación de los mecanismos de la culpa es lenta y requiere paciencia, pero es fundamental para una vida plena y sana. No obstante merece la pena el esfuerzo, la atención a las emociones que se desencadenan con los sentimientos de culpa, la experiencia interna de que somos seres dignos independientemente de que a veces no hagamos las cosas bien.

Por contradictorio que parezca, generalmente, liberarnos de la carga de la culpa nos hace más conscientes de nuestros propios actos y erramos menos. Somos más libres y estamos menos condicionados por las opiniones ajenas. Tenemos pues, menos conflictos entre nuestra conciencia y nuestros actos.


La postura sana sería el reconocimiento de nuestros errores con humildad y la reparación de los mismos si esto fuera posible. Tomar nota para minimizar la posibilidad de que este error se repita y no sentirse condicionados ni desanimados a hacer algo determinado porque una vez se cometió un error.

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