El
perdón y la culpa son dos extremos del mismo sentimiento. En relación a un daño
causado, el perdón sería el extremo que se encuentra en la parte de la víctima
del daño y el efecto principal sería aliviar el sufrimiento de ambas partes.
La culpa estaría en la parte del perpetrador y el efecto principal sería
aumentar el propio sufrimiento.
El
perdón consiste en desactivar la cadena de odio y resentimiento por parte de la
víctima de un mal causado, sea este reconocido o no por el causante, e incluso,
sea o no reconocido por terceras personas.
En
este sentido hay que dejar una serie de puntos claros:
-
Perdón no significa pasar por alto un
daño causado. No significa no hacer justicia o no tomar medidas para que el
daño se redima. Si somos víctimas de un robo, podemos perdonar al ladrón
desactivando nuestra rumiación mental y, por consiguiente, nuestra reactividad
emocional. Eso no quiere decir que no denunciemos el robo, simplemente no le
damos vueltas ni ideamos miles de planes de venganza.
- Perdonar no es negar el daño. Si nos
sentimos agredidos por algo o alguien, es real para nosotros, nos está haciendo
daño y es perfectamente normal que reaccionemos con ira o tristeza. Es tan
nocivo colorear la realidad de negro como de rosa. Esto es especialmente
evidente en las relaciones de pareja. En ocasiones se dejan pasar, o no se
reconocen, formas de maltrato bajo el paraguas del perdón. Perdón no es
resignación ni subyugación, es liberación del resentimiento causado por una ofensa.
- Perdonar no es olvidar. El recuerdo de
un daño causado es funcional y nos impulsa a no repetir la misma experiencia
bajo las mismas circunstancias o con las mismas personas. Otra cosa es la
obsesión y, en especial, la obsesión con la venganza. Bajo el prisma del
perdón, el recuerdo del mal causado o del ofensor no nos produce secuestro
emocional.
- Nadie nos puede obligar a perdonar. Ni
la religión, ni la presión social, ni la disciplina autoimpuesta, ni los
códigos morales, ni nuestra familia. Perdonar es un acto voluntario, que tiene
que salir de uno.
-
Perdonar lleva tiempo en la mayoría
de los casos, en especial cuando el daño es muy grave. Es lógico que, nada más
vernos sometidos al daño causado, no seamos capaces de plantearnos la idea del
perdón. El proceso conlleva distintas fases y, por eso, es tan importante que
sea una decisión voluntaria, porque tenemos que tomarla, si queremos, cuando estemos preparados.
- Perdonar no implica reconciliarse.
Especialmente en caso de abusos muy graves, no significa que vayamos a volver a
relacionarnos o confiar en el/la perpetrador/a. En este caso el perdón iría
orientado a desactivar un posible pensamiento obsesivo de odio y venganza,
pudiendo así vivir en paz y liberándonos de la presencia del causante del daño
en nuestra mente.
- Perdonar no implica que la persona objeto
de perdón lo sepa. Quizás la persona a la que tenemos que perdonar haya
fallecido o no esté en pleno uso de sus facultades. Quizás viva en otro país o
esté en prisión. Tal vez sea peligroso ponerse en contacto con el o ella.
Perdonar, en este caso sería un proceso íntimo e interno que nos liberaría del
sufrimiento de cargar con el resentimiento hacia esta persona.
-
Para perdonar, no es necesario que el/la
causante del daño nos pida perdón. Es un proceso estrictamente personal que
no depende de nadie más que de la víctima de un daño.
¿Cuál
es el mecanismo de los deseos de venganza?
Cuando
sufrimos un daño, en vez de orientarnos a la solución, a minimizar el daño, nos
orientamos hacia la damnificación del que nos lo ha causado. Partimos de la
creencia de que si el perpetrador sufre en sus propias carnes, tomará conciencia
del mal que nos ha causado, al menos esta es el argumento que nos
proporcionamos a nivel conceptual para mantener nuestro deseo de venganza. En la mayoría de los casos esto es falso por
varios motivos:
- Casi todos tenemos resistencias a
reconocernos como damnificadores y tratamos de evitar ver esta parte de
nosotros mismos dándonos explicaciones que nos retroalimentan.
- En casos de personalidades con rasgos
psicopáticos, bastante frecuentes en posiciones elevadas en las jerarquías de
todo tipo, los perpetradores carecen de empatía. Independientemente de
lo que les pase, no se pueden poner en el lugar de sus víctimas cuyo
sufrimiento les importa muy poco.
- En infinidad de ocasiones, ese daño que
nosotros percibimos de una forma tan aguda, se ha ocasionado de una manera
totalmente inconsciente , con lo cual nuestros deseos de venganza y las
acciones que llevemos a cabo contra los causantes del daño (silencios,
desprecios, etc.) van a recibirse con una total y absoluta incomprensión por su
parte.
El
deseo de venganza es una respuesta muy reactiva que tuvo una utilidad en los
albores de la humanidad. La sociedad ha cambiado mucho y se ha convertido en
algo muy complejo, pero seguimos manteniendo partes de nuestro cerebro
inadaptadas al mundo del siglo XXI.
¿Cuál
es el mecanismo del perdón?
El
perdón es renunciar por parte de la víctima al deseo de venganza y al resentimiento.
Es decir, es la renuncia a disfrutar del sufrimiento del perpetrador.
Hay
que distinguir entre ira y deseos de venganza. Podemos, por ejemplo,
estar muy enfadados porque nos han arrebatado un derecho laboral. Esto genera
ira o emociones derivadas (enfado, irritabilidad, indignación) que va orientada
a recuperar lo que es nuestro. Pero, desear que el responsable de ese recorte
sufra de una u otra manera, esto es venganza y suele ser absolutamente ineficaz
para resolver el problema.
La
forma más eficaz de activar los mecanismos del perdón es entrenar la mente:
-
Con atención plena a las emociones:
Tomando distancia de ellas, convirtiéndonos en observadores ecuánimes de las
propias emociones, identificándolas honestamente y, en consecuencia, dándonos
un espacio de libertad para tomar decisiones sin dejarnos arrastrar por los
estados emocionales que surjan en el momento.
-
Con atención plena hacia los
pensamientos: La observación de nuestros pensamientos en meditación o en
prácticas informales de mindfulness, desactiva la rumiación mental. Cada vez
que aparece un pensamiento que puede derivar en todo un manual de la venganza
aplicada a nuestro ofensor, podemos parar y observarlo, ver hacia dónde nos
lleva, qué patrón sigue y, sin intervenir, ver como se desvanece. En las
prácticas formales de meditación cuando aparecen pensamientos de este tipo, los
dejamos pasar, ni los reprimimos ni los seguimos y, poco a poco, se van
desactivando.
- Entrenando
la compasión: Reconociendo el hecho
de que nosotros también ocasionamos daño e intentando comprender cuál ha sido
la causa de que otras personas nos lo hayan causado a nosotros, lo cual no
quiere decir que estemos de acuerdo con ellos. Entrenando el deseo de ver
libres de sufrimiento al resto de los seres, sean estos los que sean y vengan
de donde vengan.
-
Entrenando la autocompasión. Algo
fundamental para poder perdonar es poderse perdonar a uno mismo. La
autocompasión es la base de la compasión.
-
Fomentando la humildad y honestidad
para con nosotros mismos. Empezando por reconocer nuestros errores. Saber que
podemos causar daño y detectar cuando lo causamos. En ese caso, pidiendo perdón
y reparando el daño si es posible.
El
perdón tiene beneficios indiscutibles para el o los que nos han causado un
daño, pero tiene aún más beneficios para la víctima porque se libera de su
opresor que voluntariamete o no ha secuestrado la mente del damnificado.
Además
el perdón tiene infinitos beneficios a nivel comunitario y social. ¿Cuantos
países se ven afectados por conflictos entre colectivos sin que nadie pueda
decir a ciencia cierta cuándo y por qué se ocasionaron?
En
cuanto a la culpa, en realidad es la
incapacidad para perdonarnos a nosotros
mismos por un daño que hemos ocasionado, una expectativa que no hemos
cumplido o una obligación que no hemos llevado a cabo.
Los
mecanismos de la culpa son los mismos que los de los deseos de venganza. Tienen
el valor añadido de que siempre llegan a su objetivo: nosotros mismos. Si
sentimos culpa, inevitablemente sufrimos, nos hacemos daño, nos despreciamos,
nos sentimos indignos. El objeto de la venganza es el sufrimiento del ofensor,
pero no siempre llega a cumplir su propósito. Muchas veces (por suerte) la
venganza se queda en “deseo” y no se pone en práctica. La culpa siempre llega
al “culpable”.
Los
mecanismos del autoperdón son los mismos que los del perdón. Su práctica
requiere de un énfasis especial de la autocompasión, de aceptarnos a nosotros
mismos tal y como somos, con nuestros aciertos y errores, de darnos afecto.
La
desactivación de los mecanismos de la culpa es lenta y requiere paciencia, pero
es fundamental para una vida plena y sana. No obstante merece la pena el
esfuerzo, la atención a las emociones que se desencadenan con los sentimientos
de culpa, la experiencia interna de que somos seres dignos independientemente
de que a veces no hagamos las cosas bien.
Por
contradictorio que parezca, generalmente, liberarnos de la carga de la culpa
nos hace más conscientes de nuestros propios actos y erramos menos. Somos más
libres y estamos menos condicionados por las opiniones ajenas. Tenemos pues,
menos conflictos entre nuestra conciencia y nuestros actos.
La
postura sana sería el reconocimiento de nuestros errores con humildad y la
reparación de los mismos si esto fuera posible. Tomar nota para minimizar la
posibilidad de que este error se repita y no sentirse condicionados ni
desanimados a hacer algo determinado porque una vez se cometió un error.
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