
La trayectoria de un meditador o de una persona
que ha incorporado la atención plena en su vida como una práctica habitual,
pasa por momentos de duda y desmotivación. Generalmente no es un proceso
lineal, más bien se trata de un camino en espiral, con altibajos importantes,
con progresos y vueltas al punto de partida original (o eso nos parece). Mi
consejo como simple y humilde practicante es observarlos, tal y como observamos
nuestra respiración, nuestros sentidos o cualquier otro objeto de atención
utilizado en meditación, y, si vemos que merece la pena, seguir con confianza y
perseverancia, si no, evidentemente, hay miles de cosas que hacer en este mundo
en las que podemos desarrollar nuestro potencial. No tiene sentido que la
meditación y su práctica sea un estresor más y, como consecuencia, generador de
una nueva neurosis. Pero, como he dicho antes, en este camino no todo es de
color de rosa pese a lo cual, o precisamente por lo cual, puede merecer la pena
recorrerlo. La vida no es Disneylandia, es la vida y entregarnos a ella,
vivirla, exige un grado de aceptación de lo que nos agrada y de lo que no nos
satisface tanto.
Quizás sea útil e instructivo describir algunas
de las resistencias más comunes a la hora de realizar prácticas meditativas o
de atención plena:
No
me gusta este ejercicio en concreto (escáner corporal,
meditación focalizada en la respiración, meditación metta, etc). ¿A alguien le
gusta levantarse a las 6 de la mañana para ir a trabajar?¿Presentarse a un
examen? ¿Qué me decís de ir al dentista? Como decía el mismo Kabat-Zinn, no
tiene que gustarte, tienes que hacerlo. Al menos al principio, si queremos
incorporar la práctica a nuestras vidas, tenemos que hacer un esfuerzo, un
pequeño ejercicio de voluntad. Es algo nuevo y a los humanos nos cuesta
incorporar cambios en nuestros hábitos.
No
tengo tiempo. ¿No tienes 10 minutos al día para
focalizar tu atención en un objeto interno o externo de una forma desafectada,
sin juicio y con mente de principiante? Si no puedes 30 minutos, al menos 10 es
mejor que nada. Se puede meditar en cualquier postura, incluso tumbados. Si no podemos
sacar 10 minutos al día conviene plantearse, qué estamos evitando. Qué perdemos
dejando aparcado el modo hacer, incluso un período tan breve de tiempo al cabo
del día como pueden ser unos minutos.
No
me adapto a la postura, es muy incómoda para mi. Si la
meditación tradicional, para la que la postura suele ser muy importante, resulta
complicada, se puede realizar esta misma práctica en una silla, caminando o
incluso tumbado.
Al
principio muy bien pero ahora incluso me produce malestar.
Meditar no es necesariamente relajarse o entrar en un estado de placer y
bienestar. En meditación uno desarrolla la capacidad de ponerse en posición de
un observador externo y puede que lo que estés observando de ti mismo no te
satisfaga del todo. Desarrollamos una visión más objetiva y ecuánime y aparecen
esos “darnos cuenta” quizás de rasgos de nuestra personalidad que no nos gusten
en absoluto. Por otro lado, nos damos más libertad para experimentar emociones,
generalmente desagradables, que teníamos muy reprimidas por distintos motivos,
presión social, autoexigencia, necesidad de agradar a los demás, etc. En ese
caso, si la situación nos desborda, siempre podemos volver al ancla de la
respiración.
No
me da resultados. Para eso habría que saber
cuáles eran nuestras motivaciones principales al adentrarnos en la vía de las
prácticas meditativas y, sobre todo, tus expectativas previas. En general, en
meditación tradicional se dice que uno debe practicar sin obtención, desapegado
de los frutos de la acción. La tendencia generalizada en los últimos tiempos es
de trazarnos objetivos claros, con plazos concretos, pero eso en meditación no
funciona. Lo que se busca puede aparecer más pronto, más tarde o no aparecer.
En general, la meditación no persigue una finalidad. La finalidad es la
meditación en sí misma, incluso cuando uno hace prácticas concretas para
mejorar áreas de nuestra vida.
Mi
cabeza no para de dar vueltas. Existe un error
generalizado que consiste en pensar que en meditación se tiene que dejar la
mente en blanco. ¿Esto es así? Rotundamente no. La naturaleza de la mente es
vomitar pensamientos. A veces generamos varios superpuestos. En las prácticas
meditativas se invita al participante a observar los pensamientos como si
fueran un elemento más del ambiente y dejarlos pasar como pasan las nubes en el
cielo. En mindfulness aplicado, incluso se recomienda tomar nota del tipo de
pensamiento porque nos puede dar pistas de la existencia de un patrón
establecido. Se trata pues, de no engancharse a los pensamientos e intervenir
voluntariamente en la espiral de la rumiación mental, y de no reprimirlos. Es
una habilidad que se adquiere con la práctica.
No
me quiero abstraer de la realidad y
volverme un místico. Lo primero que habría que decir es que, por intensas que
sean las experiencias de los místicos, pueden vivir la vida cotidiana con suma
naturalidad, y quizás, la mística no sea algo tan alejado del diario vivir. Todos
hemos vivido momentos de gran impacto emocional. El nacimiento de un hijo,
enamorarse, la visión de la vida después de superar una enfermedad grave o una
catástrofe natural. Estos pueden ser estados muy parecidos a los que experimentan las
personas que hacen una práctica muy intensa en los que se vive un gran “darse
cuenta” un estado de expansión que tira por tierra nuestra percepción subjetiva
de las cosas.
Al margen de eso, meditar no es inhibirse ni abstraerse, sino
conectar. Con la meditación no nos evadimos, nos conectamos con nosotros
mismos, con el instante presente y con nuestro entorno. Como nos evadimos del
momento presente, del aquí y ahora, es estando permanentemente en otro lugar y
otro tiempo, deslocalizados y extemporáneos, que es nuestro estado habitual en
50% del tiempo de vigilia, sin contar el sueño. Así lo que estamos es pensando
la vida, no viviéndola.
Meditar y vivir con atención plena es un camino
largo, a veces farragoso y otras veces placentero. En cualquier caso exige un
cierto grado de compromiso, de disciplina y de paciencia. Paciencia, sobre
todo, con nosotros mismos.
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