miércoles, 13 de julio de 2016

Cuando meditar se nos hace cuesta arriba. Resistencias en meditación y mindfulness.

La trayectoria de un meditador o de una persona que ha incorporado la atención plena en su vida como una práctica habitual, pasa por momentos de duda y desmotivación. Generalmente no es un proceso lineal, más bien se trata de un camino en espiral, con altibajos importantes, con progresos y vueltas al punto de partida original (o eso nos parece). Mi consejo como simple y humilde practicante es observarlos, tal y como observamos nuestra respiración, nuestros sentidos o cualquier otro objeto de atención utilizado en meditación, y, si vemos que merece la pena, seguir con confianza y perseverancia, si no, evidentemente, hay miles de cosas que hacer en este mundo en las que podemos desarrollar nuestro potencial. No tiene sentido que la meditación y su práctica sea un estresor más y, como consecuencia, generador de una nueva neurosis. Pero, como he dicho antes, en este camino no todo es de color de rosa pese a lo cual, o precisamente por lo cual, puede merecer la pena recorrerlo. La vida no es Disneylandia, es la vida y entregarnos a ella, vivirla, exige un grado de aceptación de lo que nos agrada y de lo que no nos satisface tanto.

Quizás sea útil e instructivo describir algunas de las resistencias más comunes a la hora de realizar prácticas meditativas o de atención plena:


 No me gusta este ejercicio en concreto (escáner corporal, meditación focalizada en la respiración, meditación metta, etc). ¿A alguien le gusta levantarse a las 6 de la mañana para ir a trabajar?¿Presentarse a un examen? ¿Qué me decís de ir al dentista? Como decía el mismo Kabat-Zinn, no tiene que gustarte, tienes que hacerlo. Al menos al principio, si queremos incorporar la práctica a nuestras vidas, tenemos que hacer un esfuerzo, un pequeño ejercicio de voluntad. Es algo nuevo y a los humanos nos cuesta incorporar cambios en nuestros hábitos.

No tengo tiempo. ¿No tienes 10 minutos al día para focalizar tu atención en un objeto interno o externo de una forma desafectada, sin juicio y con mente de principiante? Si no puedes 30 minutos, al menos 10 es mejor que nada. Se puede meditar en cualquier postura, incluso tumbados. Si no podemos sacar 10 minutos al día conviene plantearse, qué estamos evitando. Qué perdemos dejando aparcado el modo hacer, incluso un período tan breve de tiempo al cabo del día como pueden ser unos minutos.

No me adapto a la postura, es muy incómoda para mi. Si la meditación tradicional, para la que la postura suele ser muy importante, resulta complicada, se puede realizar esta misma práctica en una silla, caminando o incluso tumbado.

Al principio muy bien pero ahora incluso me produce malestar. Meditar no es necesariamente relajarse o entrar en un estado de placer y bienestar. En meditación uno desarrolla la capacidad de ponerse en posición de un observador externo y puede que lo que estés observando de ti mismo no te satisfaga del todo. Desarrollamos una visión más objetiva y ecuánime y aparecen esos “darnos cuenta” quizás de rasgos de nuestra personalidad que no nos gusten en absoluto. Por otro lado, nos damos más libertad para experimentar emociones, generalmente desagradables, que teníamos muy reprimidas por distintos motivos, presión social, autoexigencia, necesidad de agradar a los demás, etc. En ese caso, si la situación nos desborda, siempre podemos volver al ancla de la respiración.

No me da resultados. Para eso habría que saber cuáles eran nuestras motivaciones principales al adentrarnos en la vía de las prácticas meditativas y, sobre todo, tus expectativas previas. En general, en meditación tradicional se dice que uno debe practicar sin obtención, desapegado de los frutos de la acción. La tendencia generalizada en los últimos tiempos es de trazarnos objetivos claros, con plazos concretos, pero eso en meditación no funciona. Lo que se busca puede aparecer más pronto, más tarde o no aparecer. En general, la meditación no persigue una finalidad. La finalidad es la meditación en sí misma, incluso cuando uno hace prácticas concretas para mejorar áreas de nuestra vida.

Mi cabeza no para de dar vueltas. Existe un error generalizado que consiste en pensar que en meditación se tiene que dejar la mente en blanco. ¿Esto es así? Rotundamente no. La naturaleza de la mente es vomitar pensamientos. A veces generamos varios superpuestos. En las prácticas meditativas se invita al participante a observar los pensamientos como si fueran un elemento más del ambiente y dejarlos pasar como pasan las nubes en el cielo. En mindfulness aplicado, incluso se recomienda tomar nota del tipo de pensamiento porque nos puede dar pistas de la existencia de un patrón establecido. Se trata pues, de no engancharse a los pensamientos e intervenir voluntariamente en la espiral de la rumiación mental, y de no reprimirlos. Es una habilidad que se adquiere con la práctica.

No me quiero abstraer de la realidad y volverme un místico. Lo primero que habría que decir es que, por intensas que sean las experiencias de los místicos, pueden vivir la vida cotidiana con suma naturalidad, y quizás, la mística no sea algo tan alejado del diario vivir. Todos hemos vivido momentos de gran impacto emocional. El nacimiento de un hijo, enamorarse, la visión de la vida después de superar una enfermedad grave o una catástrofe natural. Estos pueden ser estados muy parecidos a los que experimentan las personas que hacen una práctica muy intensa en los que se vive un gran “darse cuenta” un estado de expansión que tira por tierra nuestra percepción subjetiva de las cosas. 
Al margen de eso, meditar no es inhibirse ni abstraerse, sino conectar. Con la meditación no nos evadimos, nos conectamos con nosotros mismos, con el instante presente y con nuestro entorno. Como nos evadimos del momento presente, del aquí y ahora, es estando permanentemente en otro lugar y otro tiempo, deslocalizados y extemporáneos, que es nuestro estado habitual en 50% del tiempo de vigilia, sin contar el sueño. Así lo que estamos es pensando la vida, no viviéndola.


Meditar y vivir con atención plena es un camino largo, a veces farragoso y otras veces placentero. En cualquier caso exige un cierto grado de compromiso, de disciplina y de paciencia. Paciencia, sobre todo, con nosotros mismos.



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