sábado, 2 de julio de 2016

Ejercicio, disciplina y afecto: entrenar la mente

Dice Cesar Millán, el famoso encantador de perros mejicano, residente en Estados Unidos, que para educar a un perro son indispensables estos tres principios: ejercicio, disciplina y afecto.

Ciertamente, esta misma prescripción podría aplicarse a los métodos para entrenar la mente. No en vano se habla en el zen de la doma del buey, como parábola que simboliza el entrenamiento para aplacar nuestra mente de simio, siempre brincando de allá para acá.

Para entrenar la mente, para que pare de funcionar en piloto automático, para que deje de rumiar, para desactivar a es@ loc@ que todos llevamos dentro,  es fundamental incorporar en nuestros hábitos de vida la práctica formal de la meditación. Ese sería el ejercicio en el caso que nos ocupa. La mayoría de nosotros está en el modo hacer la mayor parte del tiempo. En general, pero muy en especial en la cultura occidental, se tiende a la dispersión mental. Traer la mente al aquí y ahora sólo se puede conseguir parando y observando lo que acontece con una actitud abierta y sin juicio. Esto es la meditación.

Es indispensable también la disciplina en dos sentidos. El primero consiste en comprometerse a encontrar todos los días unos minutos para meditar. Al principio será un ejercicio de voluntad, más tarde iremos encontrando estrategias para abrir un espacio diario para la introspección. Con el tiempo será una práctica perfectamente integrada, lo cual no quiere decir que no nos podamos volver a despistar y perder el hábito. Hay que estar siempre al acecho de sí y no dormirse en los laureles. El segundo sentido en el que se tiene que aplicar la disciplina es en traer la mente constantemente al objeto de atención, en no seguir a los pensamientos discursivos durante la meditación, perdiéndonos en ellos. Esto hay que hacerlo una y otra vez. Es un principio fundamental para entrenar la mente.

Y aquí entra precisamente el tercer punto, el afecto. Generalmente cuando no encontramos tiempo para meditar, cuando nos despistamos y seguimos a nuestros pensamientos, nos culpamos, nos regañamos, nos criticamos duramente. El tratarnos con tolerancia, afecto y suavidad es fundamental y no tiene nada que ver con la indolencia. La autocompasión, en el sentido de afecto por nosotros mismos y de aspirar a vernos libres de sufrimiento, es un factor indispensable para desarrollar compasión por los demás. No podemos abrir el corazón a otras personas si no nos lo abrimos primero a nosotros.


Este es un método con miles de años de antigüedad que avalan su eficacia. Nos podemos convertir en encantadores de nuestra mente.

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